Me había propuesto no tocar, por
mucho tiempo, nada que afectara directa o indirectamente a
la actividad política del señor Aróstegui. Y a fe que lo
estaba logrando, porque hoy por hoy este caballero,
políticamente (en lo demás no me interesa) hablando, es un
juguete roto y como tal no le daba ningún valor.
Ahora mismo, hay asuntos más importantes en la ciudad que
podemos y debemos abordar, por ser asuntos que afectan a
muchos habitantes, solventes y merecedores de crédito.
En esas estábamos, cuando de pronto veo que vuelve a tirarse
a la piscina sin agua, José Luis Aróstegui y su pirueta, que
no chapuzón, aparece con sus manifestaciones, tal vez
también deseos, de que desde la Ciudad Autónoma en el primer
pleno, y si no en el segundo, se solicite formalmente que
los Reyes de España visiten Ceuta.
La propuesta hecha por otro u otros tendría un gran valor y,
posiblemente, pudiera llegar a estudiarse, pero viniendo de
Aróstegui esa petición implicaría aparecer él en la prensa,
estirarse un poco el gaznate y luego dejar por los suelos
esta tirra, con alguna actitud de las que suele organizar en
los momentos menos esperados.
Y es que todavía hay quien recuerda en Ceuta el recibimiento
que Juan Luis Aróstegui, y los que le secundaron, hicieron
al Presidente del Gobierno, en su visita a la ciudad.
En aquel caso un grupo de personas, muy pocas, naturalmente
con el señor Aróstegui, como director de orquesta
“adornaron” parte del recorrido del señor Rodríguez
Zapatero, recordandole, exigiendole o molestandole con
aquellas peticiones, inoportunas, intempestivas y mal
intencionadas.
¿Qué buscaba él con eso? La cosa era muy clara, que los
medios de comunicación vieran que aquí un “ceutí de pro”
pedía y reclamaba algo que, en aquel momento, no era lo que
más venía a cuento.
No quiero ni pensar, si un día vienen, que vendrán cuando la
Casa Real y la Ciudad establezcan la fecha idónea, digo que
no quiero ni pensar el saludo con el que se iban a encontrar
los Monarcas de parte de Aróstegui, lo mejor con lo que
podía recibirles sería con alguna pancarta, de las que se
ven bien, y que dijera ¡¡Viva la República!!. Eso sería lo
más gratificante que encontrarían de este caballero. Porque
hay que ser serios, a Aróstegui le importa un rábano que
vengan los Reyes, los Príncipes, el Presidente del gobierno,
o el presidente de la comunidad de vecinos de la calle mayor
de mi pueblo. A él eso le da igual, lo que quiere, lo que le
gusta es el jaleo, el folklore mal entendido y dejarse ver
..., no sé para qué, porque luego en las elecciones no le
vota ni la familia.
Esa petición que se hace a la Ciudad Autónoma, a su
Gobierno, si lo hace otra persona u otros grupos que han
demostrado su integridad y su saber estar, sería
interesante, pero que salga de Aróstegui el vender esa
imagen es algo como “ pensar en Satán para imprecar al
pecado”.
Y no me duelen prendas en manifestarlo, porque ya va siendo
hora de que lo mismo que hacen los votantes, con
tranquilidad y sosiego, hagan todos los demás, dandole la
espalda y no riendo sus gracias, que de graciosas tienen muy
poco.
Menos mal a que ya hace doce años que no ha podido volver a
sentarse en uno de los escaños del Ayuntamiento, pero habría
que preguntarle si en su etapa, manejando la economía,
hubiera pensado tanto en la búsqueda de visitas, cuando lo
que faltaba en su gestión era la ortodoxia necesaria para
que las cuentas cuadraran y el alcalde de turno no corriera,
con la ley en la mano, ningún peligro.
A partir de hoy, me lo propongo de verdad, ni durante los
días que voy a estar aquí antes de vacaciones, ni en todo el
verano, cuando escriba desde donde esté, voy a volver a
escribir una línea sobre este caballero, que cada día con
sus utopías infundadas, intenta ir contra molinos de viento,
pero él quedandose a buen resguardo para que las aspas no le
toquen. Es una verdadera enfermedad la que aparece en este
hombre que quiere ser, niño en bautizo, novio en la boda y
muerto en el entierro. Desde luego, políticamente bien
muerto está y sin necesidad de entierro porque sus
actuaciones le han colocado en su justo sitio.
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