¿Por qué, en los Juzgados, se han
tenido que habilitar esas siniestras estancias llamadas
“Sala de Víctimas”? Escribí ya hace tiempo sobre la
experiencia de la espera en uno de esos lugares, cargados de
silencios y miradas vacías, a menudo con niños de teta
lloriqueando y más mayorcitos, inquietos, de alguna manera
envejecidos por las circunstancias que llevan a una madre a
ser considerada víctima de “Violencia Doméstica” y derivada
del Juzgado de Guardia, al cubo de la basura de las penas,
de las noches en vela, de la angustia al oír la llave en la
cerradura, de los errores y del horror.
No me acostumbro. Tal vez porque pertenezco a esa escasa
hornada de mujeres recicladas en abogados hace casi treinta
años y acostumbradas a bregar con delitos de otro tipo, de
los entonces y de los de más tarde. Del caballo galopando
por los motines carceleros a la “salud pública y
contrabando” y luego sin contrabando, de las primeras visas
apalancadas, al lazo libanés, de la cocaína elitista al
pastilléo bakaladero , de aquí para allá. Pero sin
avalanchas. Sin el drama humano que, tras la carretera, es
el que más víctimas mortales provoca en España. Las muertas
por muertas, que las criaturas han dejado de penar y las
vivas porque, en la puerta del Servicio de Asistencia a las
Víctimas, puede comenzar la tragedia del centro de acogida
recóndito, o del teléfono directo si hay orden de
alejamiento. Siempre pena y miedo. Me digan ¿Por qué hay
tanto maltratador hijoputa? Castigárseles se les castiga
hoy, con dureza y entran en las cárceles a ramilletes, como
las cerezas. Multitud son en las prisiones andaluzas y no
son locos. Al menos eso dicen los forenses, opinión con la
que discrepo a medias, porque los locos-locos, demenciados,
son minoría. Pero existen patologías, atajos de la locura,
trampantojos de la insanía mental. Un psicópata es
peligroso. Un sociópata más. Con un celópata no se puede
convivir porque, eso no es vida. Los bipolares constituyen
una especie de manifestación silenciosa, a menudo sin
diagnosticar. Y luego, según los psiquiatras, existe el
individuo, sencillamente “perverso”.
¿Qué están murmurando? ¿Qué también existen hombres víctimas
de la violencia doméstica? Por supuesto, yo he conocido
casos y son supuestos igualmente penosos, pero, en cierta
medida más trágicos, porque, al igual que una maltratada
despierta solidaridad (hay que ver lo que han conseguido
abaratar esta palabra importante a fuerza de utilizarle los
grimosos onegetistas) eso, solidaridad sin grima ni
lacrimosa, respeto, cariño y ganas de ayudar, esa misma
víctima, en masculino, tristemente, suele despertar
irrisión. Desde la mueca escéptica, como de contener la risa
del que toma la denuncia a las miradas rencorosas de muchas
féminas que miran al “víctimo” con ojos atravesados y
musitan con los instintos de un gato al que hubieran
embutido una guindilla en su felino trasero “¡Ya era hora!”
o poco caritativamente “¡Algo malo habrá hecho para que la
parienta le endiñe y le deje hecho un santocristo!” o
malvadamente “¡Vivan los huevos de la tía, éste por todo lo
que nos toca a nosotras!” o menos caritativamente aún “¡Será
moña el asqueroso! Caballero ¿No se le cae a usté la cara de
bochorno de tener los santos huevos de vení a denunciar a su
mujé? ¡So porcachón!”. Es horroroso. Para mí al menos lo es.
Porque, las mujeres tenemos a toda una sociedad y a un
sistema que se parte el culo por protegernos y por parir
leyes que nos blinden. Pero los tíos maltratados lo tienen
fatal y encima en las cárceles, caso de entrar una
maltratadora, la tratan de heroína. Los hay perversos, que
llenan esas Sala de Víctimas, pero, de cuando en cuando,
surge una pelandusca, lía la mundial y gran parte del
mujerío se regocija ¿Por qué?. Pues porque es así.
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