Se lo voy a contar: tras el chasco
del viernes, pues a última hora el arabista Gil Grimau
disculpó por fuerza mayor su asistencia a la sede tetuaní
del Instituto Cervantes, encaminé mis pasos a la cercana
plaza del Feddán (hoy Hassán II) en cuyas inmediaciones se
celebraba la décima edición de la Fiesta del Libro de
Tetuán, con una nutrida representación de editoriales
marroquíes y andaluzas y de instituciones como la Diputación
de Cádiz, la milenaria Cádiz en la que administrativamente y
hasta no hace tanto (¿verdad, ‘Arfonso’ Guerra?) estaba
integrada… Ceuta. Pero la élite caballa (que no voy a
adjetivar), espoleada políticamente, prefirió “jugar” a este
pretencioso y funesto invento de la autonomía que sospecho
acabará sus días -al tiempo- como el rosario de la aurora.
Perreando por entre los puestecillos tuve ocasión de saludar
a numerosos amigos, entre ellos el profesor ceutí Mehdi
Flores con el que, siguiendo la tradición, mantuve una
franca, jugosa y distendida conversación. También pelé la
hebra con Sánchez Sandoval, autor de una clásica obra
titulada “Sufismo y poder en Marruecos” en la que desmenuza
la obra del santo sufí Abú Ya´zzà, beréber del Medio Atlas,
fallecido en 1177 a la avanzadísima edad de ciento treinta
años. Aproveché la ocasión para adquirir algunos libros,
entre los que destacaría uno del místico murciano Ibn Arabí
(“Los sufíes de Andalucía”), cuya atractiva obra (hay quien
le emparenta, religiosamente hablando, con Santa Teresa y
San Juan de la Cruz) curiosamente por cierto está prohibida
en Arabia Saudí y al que estuve echándole el lápiz y el ojo
hasta altas horas de la madrugada. El otro se lo comentaré
más adelante.
Pues bien, el musulmán español Ibn Arabí (nacido el 7 de
agosto de 1165 en Murcia) recopila la vida y enseñanzas de
varios maestros sufís (algunos de ellos mujeres) de los
siglos XII y XIII, tanto de la España musulmana como del
Magreb, “que me ayudaron en mí caminar hacia el Otro Mundo”,
explica el autor. Entre los mismos quizás puedan interesarle
al lector (pues en nuestra Ciudad querida hay varios morabos)
dos de ascendencia ceutí, que avalan además junto a otros
datos la presencia por un tiempo del murciano en la ciudad:
el primero, Abû Muhammad Abdallâh b. Ibrahim al-Mâlaquî,
apodado “el calafatero de barcos”, sería al parecer persona
muy abierta; Ibn Arabí relata varias anécdotas sucedidas en
su compañía.
El otro sería Abû al-Husayn Yahyâ, quien al igual que
nuestro autor habría alcanzado un grado iniciático muy
elevado y que es muy elogiado: “Este hombre de Ceuta era un
tradicionalista y un sufí. ¡Ser las dos cosas a la vez es
una de las cosas más sorprendentes!. Había alcanzado el
grado del azufre rojo (kibrît ahmar) y tenía una gran
barraca. Yo lo visitaba mucho y transmitía los hadits que
había estudiado con él. Era un asceta que había renunciado a
los bienes de este mundo (zâhid mutajarrid)”.
Pero sin duda la compra más sugerente fue el libro de Rachid
Benzine, “Les nouveaux penseurs de l`Islam”, que glosaré
mañana.
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