La noticia puede sorprender, en particular, a aquellos que
están lejos de la realidad. Pero esto es que lo que ocurre.
En síntesis es la siguiente: “En un pueblo de Granada, un
joven profesor de Música, en periodo de Prácticas, no ha
podido terminarlas, en el Colegio Concertado, porque se ha
negado a quitarse el ‘piercing”, como le obligaba una
resolución tomada por el Claustro de Profesores. La
Directora del Centro Religioso, justifica esta decisión en
que a los alumnos se les prohíbe llevar este tipo de
adornos, por lo tanto, si un profesor se salta esta norma,
estaría dando un mal ejemplo. El maestro llevaba ya dos
semanas dando clases en el centro, cuando su tutora le pidió
que se quitara el “piercing”, antes de que la dirección le
llamase la atención. Pero él decidió dejárselo puesto”.
Por parte de la Delegación de Educación de la Junta de
Andalucía, se había asegurado que la administración
autonómica actuaría de intermediaria en el conflicto. Y
añadió que los reglamentos de los centros “sean públicos o
concertados”, deben ser cumplidos para no generar
conflictos. Sin embargo, la propia Delegación señaló que “no
se sabe aún” si la situación generada en el Colegio puede o
no “transgredir” la libertad personal del profesor”.
Cuando en los últimos años de mi actuación escolar,
empezaron a aparecer jóvenes maestros con pendientes y
“colitas”; los más veteranos, los llamados “carcas” tuvimos
que acostumbrarnos a convivir con ellos, en una línea más
“progresista”. Es verdad que para desempeñar bien las
funciones docentes, nada tiene que ver con esas
“transformaciones”, que parecían en estos maestros, que,
lógicamente, se sentían muy cómodos de esa manera. Pero
nunca se actuó contra ellos, quizá porque el Reglamento de
Régimen interno no hacía alusión alguna al uso de sus
“adornos”.
No tuvieron la misma suerte algunos alumnos que se
atrevieron a aparecer en la escuela con un pendiente. Bien
cierto es que lo hacían de forma tímida, recelosos, de que
“escandalizaran” al tutor de turno, por lo que, al entrar en
el Colegio, se lo quitaban. Fui testigo de un caso singular.
Aquel alumno “rompió” las cadenas que le ataban y decidió
presentarse en el aula con su pendiente –uno sólo-. El
tutor, que ya estaría sobre aviso, que llegaría el momento,
no se lo pensó y presentó su “denuncia” reglamentaria.
Aunque “todavía” en el Reglamento no se aludía a estos
“excesos”, se pretendió sancionar al “atrevido” alumno. Para
tal efecto, de forma consultiva, se recurrió, al Claustro de
Profesores, que no encontró motivo alguno de sanción.
Pero, el pertinaz tutor, fue mucho más lejos. Llevó el caso
al Consejo Escolar, donde tampoco se encontró motivo de
sanción, por lo cual se sentó el precedente que todos
aquellos alumnos que lo desearan podrían llevar, de momento,
un pendiente.
Los sabios componentes del Consejo repasaron una y mil veces
el Reglamento de Derechos y Deberes de los alumnos, y no
tuvieron más remedio que “tirar la toalla”. Yo fui miembro
de dicho Consejo, y recuerdo las deliberaciones que tuvimos
que tomar para considerar al alumno inocente. Lo que vino
después ya lo estamos viendo. Pero mientras se respete la
integridad física y moral y su dignidad personal, no
recibiendo tratos vejatorios o degradantes… sobra todo lo
demás. Todos estos “adornos” son frutos de nuestro tiempo,
que sabemos que hay cosas mucho peores. Ahora parece que, en
algunos colegios, están totalmente prohibidos, incluso para
los maestros…
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