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OPINIÓN - LUNES, 11 DE JUNIO DE 2007

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

¿Hacia dónde vamos?

Por Andrés Gómez Fernández


La noticia puede sorprender, en particular, a aquellos que están lejos de la realidad. Pero esto es que lo que ocurre. En síntesis es la siguiente: “En un pueblo de Granada, un joven profesor de Música, en periodo de Prácticas, no ha podido terminarlas, en el Colegio Concertado, porque se ha negado a quitarse el ‘piercing”, como le obligaba una resolución tomada por el Claustro de Profesores. La Directora del Centro Religioso, justifica esta decisión en que a los alumnos se les prohíbe llevar este tipo de adornos, por lo tanto, si un profesor se salta esta norma, estaría dando un mal ejemplo. El maestro llevaba ya dos semanas dando clases en el centro, cuando su tutora le pidió que se quitara el “piercing”, antes de que la dirección le llamase la atención. Pero él decidió dejárselo puesto”.

Por parte de la Delegación de Educación de la Junta de Andalucía, se había asegurado que la administración autonómica actuaría de intermediaria en el conflicto. Y añadió que los reglamentos de los centros “sean públicos o concertados”, deben ser cumplidos para no generar conflictos. Sin embargo, la propia Delegación señaló que “no se sabe aún” si la situación generada en el Colegio puede o no “transgredir” la libertad personal del profesor”.

Cuando en los últimos años de mi actuación escolar, empezaron a aparecer jóvenes maestros con pendientes y “colitas”; los más veteranos, los llamados “carcas” tuvimos que acostumbrarnos a convivir con ellos, en una línea más “progresista”. Es verdad que para desempeñar bien las funciones docentes, nada tiene que ver con esas “transformaciones”, que parecían en estos maestros, que, lógicamente, se sentían muy cómodos de esa manera. Pero nunca se actuó contra ellos, quizá porque el Reglamento de Régimen interno no hacía alusión alguna al uso de sus “adornos”.

No tuvieron la misma suerte algunos alumnos que se atrevieron a aparecer en la escuela con un pendiente. Bien cierto es que lo hacían de forma tímida, recelosos, de que “escandalizaran” al tutor de turno, por lo que, al entrar en el Colegio, se lo quitaban. Fui testigo de un caso singular.

Aquel alumno “rompió” las cadenas que le ataban y decidió presentarse en el aula con su pendiente –uno sólo-. El tutor, que ya estaría sobre aviso, que llegaría el momento, no se lo pensó y presentó su “denuncia” reglamentaria. Aunque “todavía” en el Reglamento no se aludía a estos “excesos”, se pretendió sancionar al “atrevido” alumno. Para tal efecto, de forma consultiva, se recurrió, al Claustro de Profesores, que no encontró motivo alguno de sanción.

Pero, el pertinaz tutor, fue mucho más lejos. Llevó el caso al Consejo Escolar, donde tampoco se encontró motivo de sanción, por lo cual se sentó el precedente que todos aquellos alumnos que lo desearan podrían llevar, de momento, un pendiente.

Los sabios componentes del Consejo repasaron una y mil veces el Reglamento de Derechos y Deberes de los alumnos, y no tuvieron más remedio que “tirar la toalla”. Yo fui miembro de dicho Consejo, y recuerdo las deliberaciones que tuvimos que tomar para considerar al alumno inocente. Lo que vino después ya lo estamos viendo. Pero mientras se respete la integridad física y moral y su dignidad personal, no recibiendo tratos vejatorios o degradantes… sobra todo lo demás. Todos estos “adornos” son frutos de nuestro tiempo, que sabemos que hay cosas mucho peores. Ahora parece que, en algunos colegios, están totalmente prohibidos, incluso para los maestros…
 

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