Partiendo de que la condición
humana es propicia a imponer, a vestirse de odio, pienso que
sería saludable cantar menos victorias sucias y, si hemos de
contar con algo, que lo sea con una sonrisa limpia. A veces
la tristeza nos puede y eso, igualmente, es malo; sobre todo
para abrir nuevos caminos, que siempre los hay. El que ETA
nos diga que puede seguir matando, también es más de lo
mismo de siempre. Matar, y existen muchas formas de hacerlo
en este mundo de guerras psicológicas, forma parte de la
estirpe de los violentos. La cuestión pasa por no quedarse
desganado y aquí me las den todas.
En este sentido, de no cruzarse de brazos viéndolas pasar,
pienso que lo más acertado sería restaurar la verdad,
considero que puede ser una manera de frenar esta perversa
contienda, entre lo real e imaginario, que nos baña a
diario, nada más poner los pies en el día. Lo más sensato
sería tipificar los actos de violencia, bajo todas sus
formas. Los generen quienes los generen. Hay que llamar al
terrorista por su nombre. No confundir su juego diabólico,
con la jugada de las motivaciones políticas e ideológicas.
Asimismo, hay que llamar por su nombre a la tortura y, con
los términos apropiados, a todas las formas de opresión y
explotación del ser humano. ¿Por qué las mujeres han de
parecerse a Victoria Beckham, por mucho que haya conseguido,
si lo más importante es ser uno mismo? ¿Habrá mayor suplicio
que, por decreto, uno tenga que imitar lo que es inimitable?
Considero, pues, que este interrogarse nos lo debemos hacer,
no para declararnos en batalla contra los violentos,
(llámese terrorismo, violación o ira, trepas del odio o
víboras de la venganza), sino para ayudar al cambio de
actitudes y de mentalidades, y para dar a la paz su
oportunidad de ser algo más que un verso en la poesía. Nos
merecemos, quizás antes que un alto al fuego, una crecida de
amor. Me apunto a esto último.
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