Antes de empezar a escribir,
cuando es sábado mañanero, leo los periódicos y hasta repaso
las noticias publicadas el viernes, para opinar de alguna
que no me obligue a repetirme. Y confieso que mientras me
afano en tal ejercicio a fin de elegir el tema más adecuado
para sacarle punta, he vuelto a sentir pena por Juan Luis
Aróstegui.
Porque debido a sus declaraciones, cuando todavía está de
cuerpo presente su fracaso electoral, sé positivamente que a
risa se lo toma la gente. Aunque nadie duda de que se lo
tiene bien merecido. Sobre todo por que no ceja en su empeño
de darnos la tabarra. Sin caer en la cuenta de que lo que no
puede ser no puede ser y además es imposible.
Pero en vista de que me he prometido no tocar hoy asuntos
que están ya muy trillados, me reservo para otro día el
enjuiciamiento de las manifestaciones hechas por el líder de
un partido, el PSPC, en las cuales destaca que los jóvenes
de esta ciudad se sentirían abandonados y hundidos en la
miseria, si no tuviesen la posibilidad de asirse a estas
siglas. Yo no sé si esa manera de pensar casa mejor con la
megalomanía o bien con la pérdida de la chaveta.
Tampoco la división de los socialistas -de Ceuta- me parece
que merezca una especial atención en esta fecha. Entre otras
razones porque están necesitados de hallar a una persona con
encanto y cualidades suficientes para hacerle frente a otra
que ha conseguido meterse a los ciudadanos en el bolsillo.
Por lo tanto, pierden el tiempo con enfrentamientos de poca
monta entre militantes con escaso o nulo tirón popular.
De manera que voy consumiendo minutos en empaparme de los
asuntos aireados durante viernes y sábado, para decidirme
por uno que permita ganarme el jornal de la columna. Y tras
meditarlo unos minutos, desecho redoblar el tambor en
relación con ZP, Rajoy y los pestilentes Otegi
y De Juana Chaos.
De pronto, descubro que el tándem formado por Carlos Orúe
y José Enrique Díaz se ha roto antes de lo que yo
había previsto. ¡Menuda noticia!...: fresca e interesante.
Pues bien, a pesar de que escribir de fútbol me seduce muy
poco -tal vez porque cualquiera se puede ya permitir ese
lujo-, no tengo más remedio que hacerlo para recordarle a mi
estimado Antonio García Gaona que la opinión que le
di al respecto, en su día, estaba basada en los
conocimientos que uno sigue teniendo de este deporte y de
sus entresijos.
Menos mal Antonio que las desavenencias se han producido sin
el menor coste para la entidad. Porque los desencuentros
entre directores técnicos y entrenadores, en plena
competición, suelen ser causa de ruina en muchos clubs.
Por ello me vas a permitir que te diga que la suerte se ha
puesto de vuestra parte. Lo cual no significa que hagáis
caso omiso del hecho. Sería un grave error. Una torpeza
imperdonable que podría propiciar que la siguiente
disparidad de criterio entre el encargado de los fichajes y
el entrenador tuviera consecuencias lamentables para una
entidad que está pidiendo a gritos volver a la senda de los
éxitos.
En el mundo de los fichajes, Antonio, concurren
circunstancias capaces de enfrentar a muchas personas. Las
contrataciones de futbolistas sirven para pagar viejas
deudas o seguir manteniendo la amistad de quienes pueden
echarte una mano en momentos complicados. Y hay que ser muy
de verdad para no caer en tentaciones que tú debes conocer
ya sobradamente.
Y si a esas tentaciones, que siempre han existido, unimos
también la pugna que suele surgir entre directores técnicos
y entrenadores cuando los dos pueden sentarse en el
banquillo, estamos hablando ya de una mezcla explosiva que
ojalá no detone aquí. Un abrazo, Antonio.
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