Mañana, si me premian con su
atención leerán estas frases que escribí ayer, desde un
cibercafé de la ciudad de Jaca, en cuya soberbia catedral,
gruta de piedra y vuelta a la Magna Mater, tuve el
privilegio de asistir a la Santa Misa. Un pasón recitar el
paternoster bajo la cubierta pétrea y oler como huele
nuestra Iberia Vieja, que es de catedrales románicas y
góticas, de bosques de columnas coronadas por capiteles
emanando esencia deincienso antiguo, de plegarias seculares,
de pilas de agua bendita que refresca las puntas de los
dedos y luego la frente “Por la señal, de la Santa Cruz, de
nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro...”.
¿Que dicen con expresiones socarronas? ¿Que si estoy
realizando un oxigenante viaje espiritual de vuelta a las
raíces? No. Mis raíces están demasiado esparcidas y este
viaje no es una búsqueda del camino, mis medios económicos
no me permiten peregrinajes místicos ni esotéricos. Pero,
como soy una gorrona esotérica, aprovecho cualquier
oportunidad que me ofrecen de vivir, sentir y crecer. Bueno,
acompañar a un zangalotón de la universidad de mi hijo mayor
a una declaración en los Juzgados de Jaca porque, en un week
end universitario de esquí realizaron estropicios varios,
tras variadas libaciones de los caldos de la tierra, no es
“exactamente” un peregrinaje por los caminos de los antiguos
maestros. Pero casi.
Málaga-Madrid-Zaragoza y en coche hasta Jaca, paladeando el
paisaje, aquí primaveral y frondoso, salpicado de pueblos
coronados por iglesias románicas. Estas tierras de Huesca
guardan en su corazón y sobre su piel infinitamente más
patrimonio artístico del que puede encontrarse en todos los
museos de la totalidad de los Estados Unidos de América.
¿Que cual de los amigotes de la pandilla de mi hijo es el
declarante? Pues un ruso bastante majete, bueno,
ruso-andaluz, un pelín silencioso que me ha acompañado
impertérrito en mi callejeo impenitente por el casco antiguo
de esta ciudad de Jaca, mágica en primavera, nívea en
invierno. Se pasa el encanto callado de Sabiñánigo y se
llega zacandileando hasta aparcar en el Gran Hotel, que, sin
duda fue grande en los años setenta, pero que ahora anda de
capa caída con sus tres estrellas pochas. Pero compensa,
todo compensa por la overdose de paisaje que me está
suministrando el destino, por el cesped que crece suave,
como el inglés y que no es nuestra áspera grama del sur, por
la línea quebrada de las montañas y porque, la “ruptura” de
la tregua de Eta, cuando se han hartado de darle largas y de
torear al Zetapé y han conseguido meter en los Ayuntamientos
a una manadilla de gandules marginales de ANV, me parece
previsible, se veía venir, tampoco los etarras iban a estar
cachondeándose eternamente de las criaturas. Y les debe
resultar más lucrativo y más ameno extorsionar a los
empresarios que seguir con “los contactos” con cuatro
melindrosos negociadores.
Con el terrorismo no se negocia y que vengan los chicotes
del Mossad a dar algunas lecciones prácticas de hombría y de
cojones sobre el terreno. O que dejen sueltos a nuestros
udyquillos y a nuestros picoletos, pero sueltos, sueltos y
verán lo que duran los hijoputas etarras. Porque si
empezamos de nuevo con la pamplinería en la lucha
antiterrorista como se ha llevado hasta ahora, como el
contingente de indeseables borrokillas es notable, esto va a
ser el parto de los montes. Que vengan los samuelitos a dar
lecciones prácticas y finiquitan la problemática en un plis
plás, porque los terroristas se amedrentan y les entra el
instinto de supervivencia. ¿Tregua? Nunca la hubo. Y yo soy
una privilegiada porque he tomado el sacramento de la
comunión bajo la bóveda del corazón de piedra que es la
catedral de Jaca, a la vera de los Pirineos. ¡En vídienme!
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