Los terroristas vascos han
anunciado que volverán al tajo para darle matarile a cuantos
se les pongan a tiro. La declaración de los asesinos más que
miedo lo que ha generado es un debate entre quienes piden
apoyo para un Gobierno que se ve entre las cuerdas y los que
se deleitan pensando que el comunicado puede ser el
principio del fin del presidente.
Es una situación lamentable, que se viene produciendo en
casi todas las tertulias; de las que me cuesta trabajo
asumir gran parte de lo defendido por los periodistas
gubernamentales y, desde luego, abomino de los que disfrutan
recreándose en un diálogo fracasado y que podría desalojar
de la Moncloa a José Luis Rodríguez Zapatero.
ZP ha hecho bien en dialogar con quienes debía hacerlo para
ver si conseguía lo que intentaron sin éxito otros
presidentes: la rendición de ETA. Lo cual era, y mucho me
temo que lo seguirá siendo por mucho tiempo, lo más parecido
al suplicio de Sísifo. Y puede ser que el presidente,
tal vez cegado por la ambición y alentado por voces
aprovechadas, no acertó a comprender que estaba afrontando
un trabajo de gran esfuerzo y al cual no se le ve el fin. Y,
efectivamente, tras equivocar las maneras ha salido de él
con el rabo entre las piernas. Una posición desairada si
tenemos en cuenta que las elecciones generales están a la
vuelta de la esquina.
Las concesiones del Gobierno a los terroristas mientras han
estado conversando le han servido al Partido Popular para
hacer una oposición violenta. Tuvieron además los populares
la habilidad de ganarse a las víctimas de ETA y entre ambos
se hicieron con la calle. Un predio tenido por propiedad de
la izquierda y que se vio sorprendida al ver cómo le habían
invadido su terreno.
El PP conocía sobradamente que en el País Vasco no existe
aún ningún Maroto capaz de hacer posible un nuevo
Abrazo de Vergara. Y que la rendición de la banda suena a
utopía. Y hasta me atrevo a decir que los de Mariano
Rajoy están convencidos de que jamás ETA le entregará
las armas a un Gobierno socialista. De hecho, tras seguir
con atención los avatares de lo que ha sido llamado ‘proceso
de paz’, pude comprobar que la Iglesia supo aprovechar el
momento adecuado para propalar sus quejas contra la política
de los socialistas. Y unida a los opositores no dudó en dar
barzones, portando incluso pancartas, por las arterias
principales de la capital del reino.
Así, a las dificultades de ZP para soportar las malvadas
veleidades de los terroristas se les sumaban las airadas
protestas del clero. Y a partir de ahí el buen talante y la
sonrisa marca de la casa se fueron apagando a la par que las
ojeras del presidente se iban pareciendo a las de la
ministra Narbona. Pues imagino que el presidente
sabría que sin la ayuda eclesiástica era casi imposible
convencer al monstruo heredado del carlismo.
Ya que los etarras se proclaman marxistas y no sé qué más
cosas cuando en realidad proceden de lo peor del carlismo.
Ese carlismo provinciano que en el XIX nos metió en una
guerra civil, auspiciada desde los púlpitos por curas de
misa y olla. Una guerra de pueblos contra capitales deseosas
de participar en la revolución industrial. Lo cual aprovechó
Sabino Arana para contar una historia de
paraíso perdido convertido en desierto por mor de los
españoles invasores. Y con su aberri y el sufijo
correspondiente nacieron los abertzales: defensores de una
patria que se pasan el Estado de Derecho por la entrepierna.
Y todo porque desde pequeños les cuentan historias renovadas
para que no decaiga el odio contra nosotros. Y a ver cómo se
le pone el cascabel al gato. Lo intentaron Suárez,
González y Aznar. Y fracasaron. Ahora, ZP ha
quedado como un Sísifo de poca monta.
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