En unos días, cuando se
constituyan los Ayuntamientos, después de haber celebrado
las elecciones el pasado 27 de mayo; a mi juicio con menos
libertad de la debida, a veces con escaso espíritu
democrático, todavía bajo las siglas impuestas y cerradas de
los partidos políticos, quien resulte proclamado Alcalde
tomará posesión ante el Pleno de la Corporación. Tal
nombramiento debiera hacerse extensivo a todo el pueblo o
ciudad, le votasen o no, fuesen de un signo político o de
otro, porque al fin y al cabo el Corregidor es la imagen de
una colectividad. Por encima de la belleza externa de las
plazas y edificios, de parques y jardines, está un estilo de
vida de sus moradores a los que ha de representar en su
conjunto, le guste más o le guste menos. Quizás porque se
parte de un sistema de elección demasiado viciado,
supeditado al partido político de turno, con demasiada
frecuencia se piensa más en los fines de la asociación
política que en el bien del Municipio, que no es otro que la
mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. En este
sentido, la incompetencia de algunos Ayuntamientos es
manifiesta, sin transparencia ni control alguno, y con un
déficit alarmante en el funcionamiento de servicios básicos.
Este desmadre, por desdicha, tampoco es nuevo. Literatos de
todos los tiempos, enamorados de las ciudades y pueblos, han
registrado en las páginas de sus obras los rasgos
característicos de Concejos, Villas o vecindades de su
tiempo, las ironías de la justicia municipal, los
enfrentamientos entre camarillas, o los propios dimes y
diretes del Intendente en el poder, unas veces para ser
ridiculizados y otras para ser ensalzados, que de todo tiene
que haber en la viña del Señor. Los tiempos cambian, la
diversidad cultural reina en los Municipios, el progreso
tecnológico nos resta tiempo y apenas nos conocemos ni los
vecinos, pero la literatura que para serlo necesita ser
siempre una expedición hacia la verdad, surge en cualquier
esquina como sueño dirigido, o reflexión de la época, para
narrar tanto los desafueros como las composturas. Díganme,
sino: ¿Será exceso literario hacer cumplir las Ordenanzas y
saltarse a los “suyos”? ¿Será sordera literaria dirigir y no
someterse a la escucha ciudadana? Por mucho menos, Goethe
llamó bárbaro al ser humano que era tan torpe que no
percibía la voz del verso. Ya me dirán, cómo puede ser
protagonista el ciudadano de a píe de su Ayuntamiento, a no
ser el día de las votaciones, si la participación ciudadana
es un cuento en una arquitectura de novela.
Se dice que los representantes del pueblo han de estar con
el pueblo y cumplir, por lo menos, todos sus deberes de
ciudadanos. Quizás, aún si cabe con más ejemplaridad que
ninguno, aquel que ejerce la jefatura superior de todo el
personal de la Corporación. Siempre es mejor hablar con
autoridad que ejercerla, y para ganársela hace falta ser el
primer servidor de los servidores. Algo que hoy parece
olvidarse. ¿Cuántos ansían mayorías absolutas, el frenesí de
un poder sin límites, para hacer y deshacer a su antojo?
¿Cuántas propuestas políticas son discutidas y examinadas
libremente? En las sociedades democráticas debieran serlo
todas. Sin embargo, la marginalización entre opciones
políticas es un hecho tan bochornoso que salta a la vista y,
no pocas veces, causa vergüenza ajena. En lo político, el
abuso del más fuerte sobre las minorías débiles, debiera
castigarse en las urnas, porque me parece un atropello; es
como volver a un poder organizado de una marca política para
oprimir a otra. En democracia, si todos los votos cuentan lo
mismo, también han de contar lo mismo todas las voces. El
ejercicio de la función plenaria, así como la apertura al
pluralismo ciudadano, no pueden ser disponibles con el
ordeno y mando, por ninguna mayoría y mucho menos por una
persona o por un grupo de afines.
Ser Alcalde es como ser un poco poeta, siempre en guardia y
siempre como guardián de la convivencia. La retahíla de
competencias es grande, cada día más, a veces sin orden ni
concierto, porque las arcas están vacías y habría que
superar la asfixia económica, que, no debe pasar por una
subida de impuestos o venta de terrenos para financiarse.
Otras veces se olvidan competencias en las que no hace falta
incrementar el gasto, y que son fundamentales, como ser
siempre respetuosos con los valores esenciales del pueblo o
ciudad. Los Bandos mismos que se dictan o Reglamentos que se
publiquen han de ser aglutinadores sobre la base de una
recta concepción de ciudadano, donde la persona como tal sea
lo más importante ¿Cuántas veces se ignora este criterio y
se difunden Edictos al capricho de la autoridad? Por otra
parte, insisto en que los Ayuntamientos han de abrirse más a
la ciudadanía, ser verdaderas casas del pueblo, donde se
respiren los auténticos valores de una verdadera democracia,
que es tanto como decir: la dignidad de todo ser humano, el
respeto a sus derechos, la asunción del bien general ¿En
cuántos Ayuntamientos, al día de hoy, no cuentan con un
consenso general sobre estos valores, que han de ser carta
de navegación para ejercer las Alcaldías como es menester en
democracia?
Entre las imperfecciones del sistema democrático, la
corrupción política es una de las más graves epidemias que
sufre el pueblo soberano, porque traiciona los mismos
poderes del Estado, los principios de la ética y valores que
son preámbulo constitucional. Por así decirlo, algunas
infectadas autoridades, entre los que proliferan una buena
legión de Concejales y Alcaldes, aparte de haberle dado con
sus corruptas actuaciones un corte de mangas a las normas
con total descaro, debilitando así las reglas del espíritu
democrático mediante todo tipo de sobornos, han contribuido
a que entre los gobernantes y gobernados exista una
creciente desconfianza.
El urbanismo no puede ser un panel de rica miel al que
acudan los zánganos trajeados de autoridad. Desde luego,
este tipo de actuaciones distorsiona de raíz el papel de los
Ayuntamientos y de sus Regidores, la credibilidad de sus
programas y de sus proyectos, no fáciles de llevar a buen
término; puesto que la misma sociedad es cada día más
heterogénea y fragmentaria, no carente de ambigüedades y
contradicciones. Es hora, pues, de que los Alcaldes tomen el
timón democrático bajo los honores de la libertad, y se
pongan a atender a todos los ciudadanos y a entender que los
principios de coordinación y cooperación destierran todo
enfrentamiento entre Administraciones, gobierne quien
gobierne. Que así sea.
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