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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 6 DE JUNIO DE 2007

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

Ser alcalde hoy: con las arcas vacías
y la corrupción como losa

 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

En unos días, cuando se constituyan los Ayuntamientos, después de haber celebrado las elecciones el pasado 27 de mayo; a mi juicio con menos libertad de la debida, a veces con escaso espíritu democrático, todavía bajo las siglas impuestas y cerradas de los partidos políticos, quien resulte proclamado Alcalde tomará posesión ante el Pleno de la Corporación. Tal nombramiento debiera hacerse extensivo a todo el pueblo o ciudad, le votasen o no, fuesen de un signo político o de otro, porque al fin y al cabo el Corregidor es la imagen de una colectividad. Por encima de la belleza externa de las plazas y edificios, de parques y jardines, está un estilo de vida de sus moradores a los que ha de representar en su conjunto, le guste más o le guste menos. Quizás porque se parte de un sistema de elección demasiado viciado, supeditado al partido político de turno, con demasiada frecuencia se piensa más en los fines de la asociación política que en el bien del Municipio, que no es otro que la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. En este sentido, la incompetencia de algunos Ayuntamientos es manifiesta, sin transparencia ni control alguno, y con un déficit alarmante en el funcionamiento de servicios básicos.

Este desmadre, por desdicha, tampoco es nuevo. Literatos de todos los tiempos, enamorados de las ciudades y pueblos, han registrado en las páginas de sus obras los rasgos característicos de Concejos, Villas o vecindades de su tiempo, las ironías de la justicia municipal, los enfrentamientos entre camarillas, o los propios dimes y diretes del Intendente en el poder, unas veces para ser ridiculizados y otras para ser ensalzados, que de todo tiene que haber en la viña del Señor. Los tiempos cambian, la diversidad cultural reina en los Municipios, el progreso tecnológico nos resta tiempo y apenas nos conocemos ni los vecinos, pero la literatura que para serlo necesita ser siempre una expedición hacia la verdad, surge en cualquier esquina como sueño dirigido, o reflexión de la época, para narrar tanto los desafueros como las composturas. Díganme, sino: ¿Será exceso literario hacer cumplir las Ordenanzas y saltarse a los “suyos”? ¿Será sordera literaria dirigir y no someterse a la escucha ciudadana? Por mucho menos, Goethe llamó bárbaro al ser humano que era tan torpe que no percibía la voz del verso. Ya me dirán, cómo puede ser protagonista el ciudadano de a píe de su Ayuntamiento, a no ser el día de las votaciones, si la participación ciudadana es un cuento en una arquitectura de novela.

Se dice que los representantes del pueblo han de estar con el pueblo y cumplir, por lo menos, todos sus deberes de ciudadanos. Quizás, aún si cabe con más ejemplaridad que ninguno, aquel que ejerce la jefatura superior de todo el personal de la Corporación. Siempre es mejor hablar con autoridad que ejercerla, y para ganársela hace falta ser el primer servidor de los servidores. Algo que hoy parece olvidarse. ¿Cuántos ansían mayorías absolutas, el frenesí de un poder sin límites, para hacer y deshacer a su antojo? ¿Cuántas propuestas políticas son discutidas y examinadas libremente? En las sociedades democráticas debieran serlo todas. Sin embargo, la marginalización entre opciones políticas es un hecho tan bochornoso que salta a la vista y, no pocas veces, causa vergüenza ajena. En lo político, el abuso del más fuerte sobre las minorías débiles, debiera castigarse en las urnas, porque me parece un atropello; es como volver a un poder organizado de una marca política para oprimir a otra. En democracia, si todos los votos cuentan lo mismo, también han de contar lo mismo todas las voces. El ejercicio de la función plenaria, así como la apertura al pluralismo ciudadano, no pueden ser disponibles con el ordeno y mando, por ninguna mayoría y mucho menos por una persona o por un grupo de afines.

Ser Alcalde es como ser un poco poeta, siempre en guardia y siempre como guardián de la convivencia. La retahíla de competencias es grande, cada día más, a veces sin orden ni concierto, porque las arcas están vacías y habría que superar la asfixia económica, que, no debe pasar por una subida de impuestos o venta de terrenos para financiarse. Otras veces se olvidan competencias en las que no hace falta incrementar el gasto, y que son fundamentales, como ser siempre respetuosos con los valores esenciales del pueblo o ciudad. Los Bandos mismos que se dictan o Reglamentos que se publiquen han de ser aglutinadores sobre la base de una recta concepción de ciudadano, donde la persona como tal sea lo más importante ¿Cuántas veces se ignora este criterio y se difunden Edictos al capricho de la autoridad? Por otra parte, insisto en que los Ayuntamientos han de abrirse más a la ciudadanía, ser verdaderas casas del pueblo, donde se respiren los auténticos valores de una verdadera democracia, que es tanto como decir: la dignidad de todo ser humano, el respeto a sus derechos, la asunción del bien general ¿En cuántos Ayuntamientos, al día de hoy, no cuentan con un consenso general sobre estos valores, que han de ser carta de navegación para ejercer las Alcaldías como es menester en democracia?

Entre las imperfecciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más graves epidemias que sufre el pueblo soberano, porque traiciona los mismos poderes del Estado, los principios de la ética y valores que son preámbulo constitucional. Por así decirlo, algunas infectadas autoridades, entre los que proliferan una buena legión de Concejales y Alcaldes, aparte de haberle dado con sus corruptas actuaciones un corte de mangas a las normas con total descaro, debilitando así las reglas del espíritu democrático mediante todo tipo de sobornos, han contribuido a que entre los gobernantes y gobernados exista una creciente desconfianza.

El urbanismo no puede ser un panel de rica miel al que acudan los zánganos trajeados de autoridad. Desde luego, este tipo de actuaciones distorsiona de raíz el papel de los Ayuntamientos y de sus Regidores, la credibilidad de sus programas y de sus proyectos, no fáciles de llevar a buen término; puesto que la misma sociedad es cada día más heterogénea y fragmentaria, no carente de ambigüedades y contradicciones. Es hora, pues, de que los Alcaldes tomen el timón democrático bajo los honores de la libertad, y se pongan a atender a todos los ciudadanos y a entender que los principios de coordinación y cooperación destierran todo enfrentamiento entre Administraciones, gobierne quien gobierne. Que así sea.
 

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