Si traje a colación el tema de la
“Transición a la marroquí”, no ha sido tanto por oportunidad
periodística como por encuadrar el vivo debate entre la
clase política del país cara a las elecciones de septiembre
en las que, por primera vez, se abre la posibilidad (dentro,
es obvio, de unas reglas del juego nítidamente establecidas)
de dos modelos de sociedad: uno, de progresiva inserción en
Occidente con las especificidades conocidas y, por otro
lado, una vuelta a la tradición enarbolando la bandera del
Islam con la finalidad última de hacer de Marruecos algo más
que un país de “referencia islámica”: el Reino sería pues un
Estado islámico “de hecho” y no solo “de derecho”, me
confían algunas fuentes.
Precisamente y retomando el cuaderno de campo encuentro
entre mis notas unos apuntes referidos al 18 de noviembre
del pasado año, en el que durante un selectivo encuentro de
alto voltaje ideológico auspiciado desde Oxford por el
“Centro de proyectos de democráticos en los países árabes”,
pilotado por el qatarí Alí Khalifa Kouari, cualificados
representantes del arco político (izquierda e islamistas
fundamentalmente) debatieron sobre “el porvenir de la
democracia en Marruecos” abordando, siempre “a título
personal”, “la preparación de las condiciones de la
transición democrática”. Entre los asistentes, además de
miembros del Istiqlal (derecha nacionalista) se encontraban
líderes de diferentes fuerzas de izquierda (USFP, PSU y PADS),
del islamismo parlamentario (PJD) o político (Al Badil Al
Hadari) así como de la “alegal” Al Adl Wal Ihssane (Justicia
y Caridad) Para los asistentes el proceso democrático
arrancaría en el año 2000 (tras el fallecimiento de Hassán
II falleció el 23 de julio del año anterior), proponiendo
cada uno los diferentes escenarios que posibilitarían, “en
el futuro”, la profundización de la democracia en Marruecos
bajo cinco grandes epígrafes: la conclusión de la unidad
territorial (anclaje definitivo, con respaldo internacional,
de la saharianas provincias del Sur y también de Ceuta y
Melilla); la preparación de las condiciones de la transición
democrática; la justicia social; el desarrollo económico; y
la renovación cultural”. El centro organizador, por su
parte, destacó como “a excepción de algunas corrientes
religiosas impregnadas por las ideas del salafismo wahabista
(...) la mayor parte de los actores están de acuerdo sobre
la necesidad de la instauración de un sistema democrático en
Marruecos”, considerando selectivamente además que “la
izquierda radical, ciertos partidos islamistas y una parte
de los partidos del movimiento nacional son las fuerzas más
creíbles en su llamada a la democracia”. En esta dirección y
organizado conjuntamente por una asociación marroquí
(“Democracia y Modernidad”) y otra canadiense (Derechos y
Democracia), la populosa ciudad de Casablanca será la sede
durante los días 8 y 9 de junio de un interesante evento,
con interrogante, sobre “La Democracia, ¿valor universal?”.
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