Volviendo a los rasgos de la
personalidad que apunta Eller Visser, o lo que es lo mismo a
los patrones de pensamientos, sentimientos y conductas que
presenta una persona, se puede crear un clima en el que los
gafes no puedan vivir ni en el sueño.
Esa atmósfera, siempre agradecida, pasa por la educación.
Constitucionalmente se dice que tiene por objeto el pleno
desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los
principios democráticos de convivencia y a los derechos y
libertades fundamentales; con lo cual, si la transmisión es
eficiente y eficaz, no pueden brotar malas sombras. Lo
diabólico es cuando se pretenden educar niños al por mayor,
sin libertad de enseñanza; y, lo que es peor, a veces
imponiendo (no proponiendo) formaciones morales que nada
tienen que ver con la moralidad que sus progenitores
practican y quieren cultivar.
Si hubiésemos seguido la idea de Platón, que cimienta el
objetivo de la educación en la virtud y en el deseo de
convertirse en un buen ciudadano; no habría aguafiestas, o
por lo menos, la estirpe sería más escasa. Las direcciones
son tan inadecuadas en el tema educativo que la convivencia
en las aulas empieza a ser casi un amor imposible. El gafe
se ha tragado, por ejemplo, los deberes para con la
sociedad, el compromiso con los valores constitucionales y
los derechos humanos. También la universidad debe estar
gafada para con la sociedad, pues ambas suelen desconocerse
o ignorarse. Los resultados de la encuesta del CIS, de
noviembre de 2006, son muy significativos. Según dicha
encuesta, son muchos los ciudadanos que no saben o no
contestan cuando se les pregunta por la universidad, otros
piensan que no se adapta a los nuevos tiempos, que tiene muy
poca presencia en la vida social y que genera poco
pensamiento.
Desde la política también el gafe se ha puesto de moda, como
si fuese un rasgo personalísimo de hacer gobierno. Pero,
realmente, ¿donde está la verdadera sede del gafe? Siguiendo
la tradición del pueblo, siempre sabio, la gente con corazón
no tiene el cenizo, no le salen las malas intenciones ni
tampoco las salvajadas suelen aflorarles, sino buenas
razones que hasta la mismísima razón a veces ignora. Ya se
sabe, que la enseñanza que deja huella no es la que se hace
de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón. Los
aguafiestas no tienen nada que hacer. Sólo se sabe discernir
bien lo que se ve con el valor del alma. A un compasivo
espíritu, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia
lo cansa, el gafe antes se queda sin plumas y cacareando.
|