Conocido el nuevo fracaso de
Juan Luis Aróstegui en las elecciones, uno pensaba que
este hombre, hundido moralmente en la miseria, saldría a la
palestra para anunciar que nunca más volvería a ser
candidato a la presidencia de un partido al que la gente no
vota en la medida que debe por culpa suya.
Me veía yo ya escribiendo sobre su renuncia y hasta me
felicitaba porque de esa manera me sería posible dejar de
redoblar el tambor acerca de alguien que ha evidenciado, un
sinfín de veces, que hacer el ridículo le agrada
sobremanera. Pero que si quiere arroz, Catalina. Porque el
hombre, convencido de que él está por encima de tan rotundos
gatillazos, nos ha amenazado con continuar en la brecha por
el bien de Ceuta.
¡Qué horror!... Y qué pesadez la de esta criatura. Empeñada
en lograr un escaño en la Asamblea, por las bravas, cuando
los hay que son capaces de renunciar al obtenido por un
quítame allá esas pajas. Caso de Gonzalo Sanz. Máxime
cuando es harto conocido que un solo diputado en la
oposición es de una inutilidad apabullante. A no ser que
haga un uso chanchullero de esa situación.
El perseverar de Aróstegui en ser diputado de la Asamblea,
ha pasado de ser una actitud loable a convertirse en un
hecho cachondeable. A risa, créanme, se lo toma ya la gente.
Y a mí, de verdad, me da mucha pena que ello le suceda a
quien un buen día, de hace años, me dijo en una entrevista
que se tenía por la persona más inteligente de esta ciudad.
Su persistencia en obtener un logro que se le resiste, en
vista de que los ciudadanos le vienen diciendo que no lo
quieren ver ni en pintura, merece ya que sus más allegados
le soplen al oído que ha llegado la hora de que se dé el
piro. Lo cual no sucederá, de ningún modo; pues cualquiera
le susurra al gran líder (!) que si antes prescindieron de
José Antonio Alarcón, a quien se le achacaban todos
los males que padecía el partido, ahora le toca a él ceder
su puesto a una persona que sea capaz de demostrarle a los
votantes que el PSPC hace falta en el Ayuntamiento.
Por lo tanto, el gran JLA, convencido además de que cuenta
con el mejor caletre de la tierra, anda estos días aireando
innumerables excusas para no aceptar, definitivamente, su
falta de tirón electoral. Y, sobre todo, se está
aprovechando del momento crucial, por delicado y difícil,
que atraviesa el PSOE de Ceuta para desviar la atención de
una derrota, la suya, ocasionada por su absoluta carencia de
atractivo y credibilidad entre los ciudadanos.
De ahí que me cueste trabajo comprender qué pintan los
socialistas críticos con la línea de la ya dimitida María
Antonia Palomo, reunidos con Aróstegui y Mohamed Alí.
Por más que Sanz, Mata, Gil, Calleja, Mateos, etc,
detesten a los componentes de la Gestora afincada en la
calle de Daoíz y, más aún, a Enrique Moya. Un ser
extraño, a simple vista, y con cara de querer interpretar a
Maquiavelo torcidamente.
¿Acaso creen tales críticos que Aróstegui y Alí van a servir
de revulsivo para que los ceutíes acudan a las urnas, en las
próximas elecciones generales, a votar masivamente al PSOE?
Casi todos los socialista reseñados, amén de que me caigan
bien, me parecen personas que jamás podrían ser catalogadas
de cándidas. Y por ello creo que pronto se darán cuenta de
que el paso que han dado es tan peligroso cual desacertado.
Porque, hasta ahora, los socialistas se han defendido muy
bien en las elecciones generales. En ellas han sido capaces
de obtener los votos de quienes forman parte de un centro
izquierda moderado. No vaya a ser que, con Aróstegui y Alí
de por medio, pierdan hasta las ganas de abrir la sede. Ah,
Aróstegui es gafe. Así que vayan con cuidado.
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