Pero todo es nada, que dirían los
italianos. Y el que quiera entender que entienda. Dudé en
compartir estas líneas a lo largo del proceso electoral ayer
finalizado, para al final sacarlo a la luz tal como hoy, día
en que la comunidad de medios informativos se nutrirá de
comentarios con los resultados electorales. Sin entrar a la
palestra sobre los mismos (sobran plumas y voces), permítame
el amable lector algunas ligeras digresiones sobre la
regeneración democrática de nuestro sistema político.
De entrada parece fundamental la recuperación del Estado de
Derecho cuyos pivotes gravitan, clásicamente, sobre la
necesaria separación entre los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial, pues es evidente -como han advertido
analistas y observadores de diferente signo, tanto
nacionales como europeos- que hay una serie de colusión de
intereses bastardamente gestionados por el ejecutivo, no
ahora sino desde siempre. ¿Acaso durante nuestra azarosa
“Transición” no había advertido ya Alfonso Guerra sobre la
“muerte” de Montesquieu…..?
Otro punto señero pasaría por la profesionalidad apolítica
del funcionariado, garantizando como es obvio sus derechos
pero manteniéndolo al margen de luchas políticas intestinas.
El grotesco espectáculo, por ejemplo, que están dando parte
de nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad en el
obscurantista macro juicio del 11-M, fruto de una mezcla de
arrogancia, lucha por el escalafón y envites politizados es,
francamente, sonrojante. ¿Para cuando una carrera de
Administración Pública, a la francesa, de la que se
nutrieran los cargos técnicos y medios -salvo los elegibles
políticamente- de la burocracia del Estado?.
En cuanto al proceso electoral en sí, las siguientes
consideraciones. Primero la representativa, pues visto con
perspectiva parece un gran error haber dado asiento en las
Cortes a formaciones nacionalistas con una representación
parcial en todo el territorio; intégrense, pero mediante
otra fórmula. La notoria corrupción política (con las tramas
urbanísticas en primer plano y el sucio “tu más”) es
perfectamente atajable con una ley detallada sobre la
financiación de los partidos políticos. Sobre éstos, tres
observaciones: la primera referente a las deseables “listas
abiertas” (opción ciudadana priorizando cualquier persona de
la misma, sin importar el lugar), poniendo coto con ello a
las oligarquías del partido, democratizando los enquistados
aparatos de los mismos; la segunda, en elecciones
municipales, priorizando siempre la opción de gobierno a la
lista más votada; finalmente, lucha contra el transfuguismo:
la paternidad del escaño es política, no personal.
Y en cuanto a Ceuta, ciudad querida, dos pinceladas ante la
rotunda revalidación en las urnas del PP. Pues bien, eso
tiene un nombre: Juan Vivas. Que no se olvide. El electorado
ceutí jamás comprendería -ni admitiría y es un supuesto-
que, digamos por intrigas políticas internas, el Presidente
Vivas le forzaran a dejar su puesto a lo largo del mandato.
¿Aviso a navegantes…?. Obviamente. Segunda y acabo: España
es un Estado aconfesional y, si Ceuta es España, empiece a
obrarse en consecuencia. Queda poco tiempo y esta Ciudad
tiene la última oportunidad.
Actúese pues sin marear la perdiz, prudentemente pero con
decisión: al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios. La estricta aconfesionalidad de las Administraciones
estatal y de la Ciudad es la clave de bóveda para la futura
convivencia, multicultural, de esta tierra. La “santa
patrona” de Ceuta es la Constitución de España.
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