Reconozco haber sido un
damnificado de Juan Vivas, hace ya algunos años. Pero
pocas veces he escrito sobre ello. Lo cual no quiere decir
que nunca hayan salido de mi boca algunos comentarios al
respecto, entre bastidores.
Cierto es que sufrí lo indecible por decisiones tomadas por
un Vivas a quien entregué toda mi confianza durante dos
empleos aceptados por tener de él un concepto extraordinario
como persona y funcionario. Había asumido, total y
absolutamente, que era alguien de fiar.
El primer revés me lo llevé siendo JV directivo de la
Agrupación Deportiva Ceuta; el segundo, cuando manejaba las
riendas del entonces llamado Instituto Municipal de
Deportes. En ambos casos, la verdad sea dicha, lo
presionaron de forma que se vio obligado a actuar de manera
que no cuadraba con la fama de hombre cabal que ya se había
ganado a pulso. Y hasta puedo asegurar que lo ocurrido le
afectó muchísimo.
De aquellas relaciones, que pudieron terminar cual el
rosario de la aurora, yo aprendí muchísimo. Y él, lo sé a
ciencia cierta, descubrió que había personas capaces de
desechar un empleo, magníficamente remunerado, antes de
someterse a los muchos trapicheos y chanchullos de unos
políticos, que causaban sonrojo e indignación.
El trato diario con Juan Vivas, durante muchísimo tiempo, me
hizo comprender que estaba ante alguien que ejercería como
político destacado. Porque ya lo era. Sólo le faltaba
curtirse, un poco más, y aprovechar el momento oportuno para
convertirse en lo que es actualmente. El mejor político de
una tierra cuyos ciudadanos, mayoritariamente, se han
adherido a su causa.
Hablar así de JV, desde hace ya varios años, muy a pesar del
daño que me causaron tanto en lo profesional como en lo
económico, sus injustas y erradas decisiones, no era sino
reconocer que por encima de cualquier problema particular
primaba en mí el deseo de contar con el mejor alcalde que
puede tener esta ciudad. Sí; ya sé que se me ha criticado lo
que algunos creen que es una defensa a ultranza de él
impuesta por la línea editorial de este medio. Y a mí no me
ha importado en absoluto que esa creencia exista. Hasta el
punto de que yo mismo, cuando lo he creído conveniente, la
he deslizado entre quienes compartían cháchara conmigo.
Vivas, sin embargo, es consciente de que se me debe dejar a
mi aire en ciertas guerrillas, porque tiene la certeza de
que en las grandes guerras estaré al lado de la razón capaz
de hacer más grande esta ciudad. Una ciudad en la cual no me
ha retenido el disfrute de una paga superior a la que se
gana en la Península. Por poner un ejemplo, legítimo. Lo que
no entiendo, o mejor dicho, sí lo entiendo pero con gran
desprecio, es que en estas elecciones se hayan subido al
carro de las adulaciones quienes, no ha mucho, corrían a
contar miserias de Vivas y de la señora Palomo, en la
Delegación del Gobierno, cuando había un abulense como
inquilino. Unos señores que no se dan cuenta de que escribir
es agradar e interesar. Y ser eficaz. Y que las astucias del
estilo no se consiguen, en muchos casos, ni siquiera
habiendo pasado por Salamanca.
Vaya, pues, lo que sigue como advertencia: no quieran los
últimos de Filipinas buscarme las cosquillas. Máxime cuando
me dispongo a disfrutar durante unos días de la mayoría
absoluta obtenida, otra vez, por Vivas. Ah, permítanme
decirles que la decisión tomada por la señora Palomo es muy
digna. Ya podría Aróstegui aprender de la vergüenza
torera demostrada por esta socialista. Mohamed Alí
cortó orejas. Y Mustafa Mizzian sólo está recogiendo
aplausos en los medios. La vida sigue.
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