Cuando se pierden los papeles,
entiéndase los buenos modos y modales, lo primero que espiga
es la furia, el ensañamiento, la ración de tortura y malos
tratos, el insulto, acoso, explotación; todas las iras
habidas y por haber. Por desgracia, los abusos están a la
orden del día en las familias, en la sociedad misma que
parece haber perdido la serenidad, y, por si fuera poco, ha
saltado la voz de alerta de Amnistía Internacional
expresando su preocupación por la existencia de informes
sobre tortura y malos tratos policiales y por la situación
que afrontan los inmigrantes y los solicitantes de asilo en
el país. Será grave la situación que algunos psiquiatras,
colapsados en sus consultas advierten también y aseguran,
que el maltrato y los abusos enloquecen. De pronto parece
que todo el mundo se ha vuelto loco y, en ocasiones, la
realidad supera con creces la ficción.
Ante estos hechos violentos uno se pregunta, ¿por qué no hay
más iniciativas para prevenir y atajar estos
comportamientos? Quizás el maltrato sea un problema de salud
pública y, como tal, debiéramos poner medios para frenar esa
violencia que muchas veces campea oculta sobre niños,
mujeres, personas mayores y excluidas como pueden ser los
inmigrantes. Las autoridades suelen actuar después de que
han ocurrido actos de maltrato patente, yo creo que lo suyo
sería intervenir antes, bajo un prisma de prevención
continuo y constante. Aunque todas las clases sociales
conocen este tipo de proceder violento, las investigaciones
y los hechos demuestran sistemáticamente que, en los
círculos de nivel socioeconómico más bajo, es donde se
producen más estas ofensas.
Cuando las personas no se les consideran y se les despoja de
sus derechos, como pueden ser los emigrantes en situación
irregular, o los niños, mujeres y personas mayores en
situación de indefensión, el clima de explotación y maltrato
se ve favorecido. Hoy se sabe, además, que muchos
maltratadores fueron víctimas o testigos de malos tratos en
su infancia. Ante la evidencia, pues, hay que frenar este
clima espantoso de injurias a la carta, de humillaciones y
desconsideraciones, de atropellos a diestra y siniestra. Las
normas protectoras, en todo caso, están para aplicarlas y
hacerlas cumplir, sino carece de sentido haberlas
promulgado, y hasta habría que derogarlas. La sociedad no
puede y, tampoco debe, perder los papeles y permitir este
tipo de actitudes. Téngase en cuenta, que estas actitudes se
contagian. El aprendizaje social no sólo depende de lo que
le ocurre a uno mismo, de lo que uno vive, igualmente se
produce por la observación a los demás, hacia lo que nos
rodea.
Desde luego, hay maltratos que podrían evitarse con una
mayor protección y prevención. La denuncia de estos hechos
delictivos nos implica a todos los ciudadanos, no sólo a los
médicos de familia, centros escolares, asociaciones,
organismos e instituciones. Sólo así, trabajando todos
unidos por una sociedad más sana, se puede respirar una
atmósfera más pacífica y pacificadora. Donde se produzcan
los zarandeos, la pérdida de papeles, cualquier signo de
ofensa, sea en la familia o en un estamento oficial como
denuncia Amnistía Internacional, no debe considerarse como
algo insignificante, como una anécdota más, puede ser el
principio de un calvario y, sobre todo, una señal ineludible
de alarma.
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