Escribo a las ocho de la tarde lo
que ustedes, probablemente y si me premian con su atención,
leerán mañana. Puedo decir que, prácticamente, he sido la
más tempranera en acudir a mi colegio electoral situado en
el colegio malagueño de la Presentación, para dar mi voto,
no al alcalde Francisco de la Torre, a quien soy
abiertamente hostil porque odio los ladrillos, el cemento y
los edificios horteras y amo la naturaleza, he acudido, tras
mi café matutino en el bar de las cuatro esquinas que se
llama “Bar Florido”, a votar al Partido Popular. Porque soy
republicana de la derecha neoconservadora de Sarkozy y esa
es la formación política más cercana a mi sensibilidad.
Escribo cuando aún no han dado el cerrojazo los colegios y
el índice de participación no tiene nada que ver con ese,
casi 90% francés con el que, los gabachos, salieron a dar la
cara y a defender lo suyo, sus valores, sus principios y su
Historia, hace bien poco. ¿A cuanto estamos? ¿Al cuarenta
por ciento? Eso querría decir que, más de la mitad del
pueblo español, ni está motivado, ni le importa un carajo el
tema, ni se ha visto convulsionado intelectualmente por un
mensaje demoledoramente ilusionante. Quien venza, habrá
vencido, pero, en general, no han convencido.
Me pregunto ¿Cómo de delicada se tiene que poner la
situación para que, la gente, mueva el culo del sofá, se
levante de la toalla o vote por correo? Recuerdo que, en las
primeras elecciones, aquellas de cuando Suarez, contaban y
no paraban de cómo, los de izquierdas, iban llamando a sus
afiliados, casa por casa, para que no se olvidaran de votar
e incluso les ayudaban a desplazarse. Ahora parece que nos
hemos convertido en un pueblo de huevones y señoritingos,
que no lanzamos fulminaciones más que cuando suben los
intereses de los usureros que nos arruinan con hipotecas y
créditos. Y como no hay cojones en España para seguir el
ejemplo del loco de Venezuela y amenazar a los tiburones de
la banca con nacionalizar el invento para que “realmente”
preste un servicio público y social, los españoles saben y
sienten que, gane quien gane, tendrán la mitad de sus
salarios y de sus vidas entre las fauces de los tiburones. Y
ya nadie confía en que, la inseguridad ciudadana y la
criminalidad que nos ha invadido tenga arreglo. Porque no
hay propuestas rupturistas ni novedosas. Los políticos se
limitan a enzarzarse en mutuas acusaciones de corrupción
urbanística, pero sin llegar a decir “Ni un ladrillo más”
prohibir las recalificaciones y poner a los presos del
tercer grado a reforestar como posesos con especies
autóctonas, a instalar riego automático y a crear bosques
donde hay eriales. A cambio lógicamente de redenciones y
demás, que tampoco es el caso de explotar a las criaturas.
¿Alguien ha dicho algo nuevo en esta campaña? No importa
realmente sentar a los proterroristas en los ayuntamientos
para darles un jornal, cuando gane el PP se les aplica la
Ley de Partidos y se les manda a tomar por culo, sin ánimos
de señalar, con perdón de la palabra y mejorando la
presente. Lo que importa es que, el filósofo Savater, de
medio izquierdas de toda la vida, pero lo suficientemente
acojonado por el terrorismo, para tener una dialéctica de
derechas, decida crear otro partido, que será un no-partido
y aliarse con los chicos de Ciutatans o como se llamen, que
tienen buena puesta en escena pero poco más. ¿Cómo van las
estadísticas de participación?
De puta pena, la gente se ha largado de week end a
refrescarse el mondongo y luego cuando le asalten los
kosovares la casa y les despedacen lo mismo van y se quejan.
Y cuando les recalifiquen los bosques para hacer “charleses”
de postín, van y lloran viendo talar los pinos. Me digan
¿Qué hay que hacer para sacudir el desencanto y convulsionar
al gentío? Porque no vamos a estar todo el día deteniendo a
la Pantoja. Lo mismo, para impactar, el pobre Julián Muñoz
debería haberse ahorcado en su celda con los cordones de
unas zapatillas Niké y dejado una carta culpando de su óbito
a un partido determinado y a sus chanchullos jurídicos. De
ahí, al menos, saldría un ganador.
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