Puede que no sea el título más
oportuno pero así me aseguro más lectores, ¡qué carallo!.
Quiero referirme en concreto a la gestión del fenómeno
religioso en Marruecos, mayoritariamente de la religión
islámica oficial, por parte de la Administración. Porque en
países oficialmente islámicos la religión supone un marco si
no totalitario -depende donde- si totalizador, abarcando en
principio toda la vida social y condicionando la normativa
-el derecho positivo- vigente. Algunas observaciones de
entrada: la “jefatura” oficial reposa en el Rey -Mohamed VI
en este caso-, que a través de la figura de “Comendador de
los Creyentes” concentra y legitima -en un viaje de ida y
vuelta- el poder religioso, base de su poder político. La
Constitución, en consonancia, define su papel que podríamos
denominar como “Monarquía por derecho divino”. En el entorno
real se articula todo un entramado administrativo a cuya
cabeza figuran una serie de actores religiosos entre los
que, esquemáticamente, podemos señalar los siguientes.
Después del Rey nos encontramos con una jerarquía bicéfala
(¿tanto monta, monta tanto?), representada por el Consejero
Real Abbas Al Jirari y el ministro de Habús y Asuntos
Islámicos, Ahmed Taoufiq, a la cabeza este último de un
delicado pero trascendental encargo, la reforma del campo
religioso, después del sonado fracaso de su antecesor en el
cargo, Abdelkbir Alaui Mdaghri. El ministerio tiene a su vez
desplegadas 19 delegaciones regionales y 52 provinciales, a
modo de inspecciones, encargadas tanto de la gestión de los
lugares de culto como de la información puntual a Rabat de
los pormenores en materia religiosa en el territorio bajo su
jurisdicción. Otro cuerpo destacado es el de los “nidarates”
(su número ha descendido de cuarenta y cinco a
veinticuatro), siendo los responsables directos de la
administración económica de los bienes religiosos. Una de
las novedades introducidas por Alaui el año pasado es la
incorporación de la mujer como “predicadora”: por el
momento, sesenta candidatas (“mourchidates”) con edades
comprendidas entre 25 y 40 años están siguiendo un curso de
formación. El Rey por otro lado preside el “Consejo Superior
de Ulemas del Reino” (fundado por Hassán II el 8 de abril de
1981), dirigido actualmente por su secretario general,
Mohamed Yssef, estructurado en diecinueve consejos
regionales. Tan solo una mujer figura en el organigrama
central. Complementaria pero alternativa está la más ágil
“Liga Mohammedia de Ulemas”, desde hace poco con un joven y
dinámico líder al frente, Ahmed Abbadi. Teólogo e
investigador académico, intenta bajo su mandato reformar la
liga, algo anquilosada, convirtiéndola en un referente en
materia religiosa. Otro mundo es el de los “imames” (existen
unos treinta y tres mil, 50% de los cuales cobran
mensualmente un salario de unos sesenta euros) y, sobre
todo, los “predicadores” oficiales. Estos deben ser
acreditados por el Consejo de Ulemas, quien les exige tres
requisitos: un examen sobre el Corán, independencia política
y no estar encausados judicialmente, además de ser
originarios de la región donde deben predicar. El cuadro se
completa con la formación religiosa: si la universidad “Al
Qarawiyin” de Fez, fundada en el 859 de la Era Común, es una
de las más antiguas y prestigiosas del mundo islámico,
Hassán II creó en 1964 uno de los institutos superiores de
enseñanza religiosa más importante del país, “Dar Al-Hadith
Al-Hassania”, que imparte un completo ciclo académico en
ciencias religiosas de cuatro años.
¿Mezquitas oficiales?. Según el censo que me pasaron en su
momento, sobre 30.000. ¿Y las otras?: las digamos “privadas”
o bajo la batuta de otras entidades… ¡Ah!. Eso ya es harina
de otro costal. En cuanto a las formaciones políticas, es
imposible por ley que exista un partido nominalmente
“islamista” pues todos, ineludiblemente, deben ser de
“referencia islámica”.
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