Así es, cada vez que el ciudadano,
con su participación ante las urnas, cuenta con el poder de
decisión respecto del futuro político que desea para la
sociedad en la que vive, se celebra la verdadera fiesta del
sistema que los españoles hemos elegido libremente para el
devenir de nuestro pueblo.
Es por ello por lo que la democracia se hace más grande
cuanto mayor es el número de ciudadanos que toman partido y
ejercen el derecho que les atribuye la Constitución, al
tiempo que se reafirman los valores de la sociedad en la que
vivimos.
Los ciudadanos, añadiríamos, no sólo tienen el derecho, sino
también la responsabilidad de dirigir el rumbo que desea
para, en este caso, la ciudad en la que habita. Y son los
ciudadanos los que eligen el tipo de proyecto de sociedad en
función de lo que plantean las distintas formaciones que
concurren a las elecciones.
No votar implica el hecho, automáticamente, de dejar en
manos de terceros el modelo de sociedad de la ciudad, por lo
que poco podrá protestarse con posterioridad por cómo
transcurre el devenir diario de las actuaciones que se
deriven por razones de proyectos políticos definidos.
No debe dejarse a nadie que elija o piense por nadie, sino
que debe ser la iniciativa de cada individuo, miembro del
colectivo social que significa Ceuta, el que acuda a ejercer
la responsabilidad que se traduce en evitar que la sociedad
en la que vive sufra un quebranto como consecuencia del
error de no haber acudido a sumar, con su voto, en la
sinergia necesaria para la victoria electoral de cualquier
formación.
Es la fiesta de la democracia, y los más de 57.000 ceutíes
que están llamados a acudir hoy a las urnas, tienen en sus
manos la responsabilidad de elegir el alcalde-presidente,
por lo que no pueden fallarle a Ceuta. El compromiso con la
ciudad que nos proporciona el sustento y la estabilidad
social, no debe fracturarse por la dejadez o la
irresponsabilidad de quien deja pasar la oportunidad de
expresarse libremente.
Acudir al colegio electoral y votar no es ya sólo un
derecho, sino una obligación entre quienes desean
continuidad o cambio, de lo contrario, no tendrán la validez
moral para criticar nada.
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