Cuando la vorágine de las
elecciones ha llegado a su final, hoy es el día de
reflexión, tengo que echar una mirada hacia el otro lado del
Atlántico, y hoy, más que nunca, me acerco a la bonita isla
de Puerto Rico.
Desde muy pequeño, para mí, era un poco el territorio de “El
Dorado”. Las cosas agradables que yo oía a mi difunta madre
me hicieron ver en Puerto Rico, no una pequeña isla, sino
todo un territorio capaz de sustentar a la humanidad. Esa
idea tuve yo de la isla en mi niñez.
Ahora el aprecio va por otro camino, no puedo dejar de
asociar automáticamente a mis amigos: Alfredo, Clarisa, Rosa
y Rocío, con todo lo bueno que hay allí.
Ellos cuatro tienen además de su corazón puertorriqueño,
también una ascendencia materna de la isla, pero si a eso le
unimos que la otra ascendencia es “serrana” de Gredos, el
carácter, la personalidad y la integridad se lleva a su más
alto culmen.
En estos días, cuando Rosa va a pasar por la vicaría, me
agradaría más que nada estar junto a ellos y al lado de sus
padres, el serrano Alfredo, de Hoyos del Espino, y la
puertorriqueña Violeta, de Vega Baja.
Mi amistad con el “serrano” viene de hace muchos años,
aunque haya habido un paréntesis de varias décadas sin tener
contacto alguno, pero como los años van asentando a las
pesonas, ahora ya con “todo el pescado vendido” por su parte
y por la mía, hemos enlazado aquella amistad de los años 60
y hemos sabido adaptar y atemperar las dificultades de
entonces con la “calma chicha” de ahora.
Mi estancia en Navidad en la isla caribeña representó para
mí una de las vacaciones más agradables de toda mi vida.
Nada más descender del vuelo de Iberia, en San Juan, tenía
al “serrano” esperándome en el aeropuerto con su hija Rosa.
Yo acababa de llegar a una tierra extraña que, curiosamente,
se me hizo familiar en los primeros metros que recorrí al
salir del aeropuerto.
Era otro mundo, según se mire. Era otra gente..., no, no
puedo estar de acuerdo. Era una gente amable hasta la
saciedad que veía mi visita con un agradecimiento sin
límites.
Me di cuenta desde el principio y me dije:” no me conocen de
nada y ya me consideran como si fuera de la familia”. Los
días, con una temperatura agradable, a pesar de ser el mes
de enero, hacían todavía más agradable la estancia allí.
No tendría páginas suficientes en el periódico para contar
las atenciones que allí recibí, pero sí puedo resumir en dos
palabras como fueron esas atenciones: “ Sencillamente
extraordinarias”.
Con todo esto nada me va a incomodar un fin de semana para
la boda de mi “sobrina allegada” Rosa, de aquí a muy pocos
días. El viaje desde Ceuta es complicado y volver a Ceuta
para el lunes estar en clase más complicado todavía.
Hacer en menos de 48 horas un viaje con 21 horas en avión
causa, y más para quien ya pasó de los 40 y de los 50,
muchas incomodidades, pero uno que es amigo de sus amigos no
debe sentir molestias para estar con los suyos, amigos, como
si fueran de la propia familia.
Y como yo no tengo el don de estar parado, en las pocas
horas que me van a quedar libres, no puedo menos que hacerle
una visita “relámpago” a Fernando, el mejor cafetero de la
isla, para durante unos pocos instantes, rodeado de la
naturaleza pura de su finca, viendo el mar a lo lejos, tener
la sensación de estar a las mismas puertas del Paraiso.
Fernando, un cafetero joven, que sigue con la tradición de
sus antepasados, me prometió que vendría a España. Ceuta iba
a ser una visita obligada y por eso, para forzar un poco más
esa visita, y para forjar más nuestra amistad de pocos días,
perder un par de horas es algo agradable, porque se pierden
horas, o minutos, pero se ganan amigos de los que de verdad
quedan pocos.
El fin de semana, igual de largo que otros, para mí será
inmenso. Ceuta - Puerto Rico en sólo dos días. Un viaje
largo, si quieren pesado, pero la ilusión y la satisfacción
de pasarlo junto a unos amigos, de verdad, hacen que esa
larga travesía se pase en un acto.
Desde luego el mundo es un pañuelo y así se recorre.
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