Se ha llamado “jornada de
reflexión” al día inmediatamente anterior a la celebración
del elecciones (una vez concluidos los quince de campaña) en
cuyo espacio de tiempo queda prohibida, según establece la
Ley Electoral, la realización de propaganda, petición de
votos o cualquier conjunto de actividades lícitas en orden a
la exposición de intenciones por los candidatos o partidos
que participan en dicho proceso electoral.
Hay quienes entienden que, en vez de una jornada de 24
horas, a los políticos habrían que imponerles un período de
tiempo de reflexión, equivalente o igual al del mandato
electoral (cuatro años), en cuyo transcurso muchos de estos
mandatarios deberían dedicar su tiempo y entendimiento a la
misión que les haya sido encomendada y no a otras como se ha
visto en los casos de malversación, tráfico de influencias,
prevaricación y otros delitos menores de Marbella, Tres
Cantos o Ibiza por citar algunos de los mas sonados que
vienen, por una parte, a desprestigiar al escaso, por
suerte, colectivo de políticos a los que únicamente les guía
el interés personal y, por otra, produce el rechazo de
quienes con la mejor voluntad y deseos de participar en las
elecciones lo hacen para designar a una persona y un equipo
que rija con diligencia y honradez los destinos de su
ciudad, autonomía o estado, según el caso, y no para que se
lleven a cabo los desmanes citados, creándose con estas nada
edificantes actuaciones una agrupación de desilusionados que
conforman el colectivo de abstencionistas o, mas vulgarmente
llamados, “pasotas” convertidos en verdaderos ácratas
partidarios de la supresión de toda autoridad o indiferentes
a la hora de participar en un proceso que no les va y para
quienes “todos los políticos son iguales” no mereciendo
ninguno de ellos el voto a fin de confiarles una aceptable
gestión de los asuntos públicos del ente político de que se
trate.
Se hace muy vistoso por parte de los políticos presentar
programas llenos de propuestas en lo que se refiere a
construcción de viviendas, mejora de la sanidad pública, de
la enseñanza, creación de puestos de trabajo, aumento o
concesión de pensiones, mayores prestaciones económicas por
desempleo, bajada del precio de los billetes de barco, en
una palabra: incremento del desarrollo económico de la
Ciudad. Pero tendrían que saber estos políticos, para que no
haya después desencantos, que cuanto se dice hay que
cumplirlo, que de promesas incumplidas el electorado se
harta y que, llegado el momento, se afilia al “partido de
los abstencionistas”.
No debe pensarse, tampoco, que todos los políticos son
iguales ya que está el deber ciudadano que nos obliga, si
luego queremos exigir, a cumplir con la obligación de
participar en el proceso electoral depositando nuestro voto
a favor de la opción que más nos plazca sin pensar, que ya
habrá tiempo para ello, en promesas incumplidas o en aquello
del viejo refrán de que “honra y provecho no caben en el
mismo techo”.
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