Siempre he mantenido que el Reino
de Marruecos podría jugar (como España) un papel más
dinámico en el enrevesado proceso de paz de Oriente Medio.
No en vano Mohamed VI es presidente del influyente Comité Al
Qods y, simbólicamente, Juan Carlos I es Rey de Jerusalén.
Por lo demás las comunidades judías han conformado gran
parte del devenir histórico y cultural de ambos países, a la
vez que un 10% de la actual población israelí está compuesta
por inmigrantes y descendientes de judíos marroquíes.
Hassán II, además de reunirse en Ifrán con Simón Peres había
ya alentado, en 1976, encuentros secretos en suelo marroquí
entre israelíes y egipcios, que desembocaron en la corajuda
visita de Anuar El Sadat a Jerusalén. Por lo demás los
servicios de inteligencia marroquíes han gozado siempre de
una estrecha comunicación con sus homólogos israelíes, la
guardia pretoriana marroquí que Hassán II cedió para
protección del dictador guineano Teodoro Obiang había sido
entrenada por el Mossad, a la vez que moderna tecnología
israelí equipa los seis muros levantados por las FAR en el
Sáhara. En cuanto a Mohamed VI, si bien rompía relaciones
con el Estado hebreo en octubre de 2000 (las relaciones
diplomáticas se remontan a noviembre de 1994, mes en el que
Israel abrió una oficina de enlace en Rabat, haciéndolo
cuatro meses más tarde Marruecos en Israel) invertía mucho
esfuerzo en mantener las puertas abiertas, recibiendo al
ministro de Asuntos Exteriores Sylvan Shalom, al Gran Rabino
de Israel o, más recientemente, al líder del Partido
Laborista y futuro ministro de Defensa (por cierto con
raíces marroquíes) Amir Peretz.
Por ello, los recientes y numerosos viajes de Serge Berdugo
(¿enviado secreto de Mohamed VI?), ex ministro de Turismo y
Presidente de la Comunidad Judía de Marruecos, a Israel han
levantado las especulaciones. De creer al diario israelí
“Maariv” (edición del 8 de mayo) las relaciones diplomáticas
entre ambos países podrían reanudarse a corto plazo, si bien
la rumorología ya apuntaba a un deshielo en marzo de 2005.
¿Es posible?. Tiene su lógica si las elecciones del próximo
septiembre la ganan los islamistas parlamentarios del PJD,
que deberían así gestionar una situación de hecho (como
debieron de hacer en Ankara los islamistas turcos, quienes
debieron incluso asumir relaciones conjuntas de defensa
entre el poderoso ejército turco y el Tsahal israelí) pues,
en caso contrario, podrían estimar seguir manteniéndolas
congeladas “sine die”. En su congreso del verano pasado el
PJD (Partido de la Justicia y el Desarrollo) se aupó en
pleno conflicto del Líbano, no ya a favor de un Estado
palestino como sería lo normal, sino a la corriente
extremista de Hezbolláh, lo cual no dejaría de darle réditos
en el mundo islámico pero, a la vez y cara a Occidente, le
hizo mostrar un perfil radical que sospecho no habrá sido
bien visto ni en Europa ni en los EEUU.. En la balanza hay
dos pesos importantes: por un lado la factura petrolera
(subvencionada en parte por Arabia Saudí y que le cuesta a
Rabat un ojo de la cara); por otro, el decidido apoyo del
lobby judío norteamericano al Plan de Autonomía para el
Sáhara Occidental. La partida sigue jugándose. ¿Imperará la
ideología o la “real politik”?.
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