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OPINIÓN - JUEVES, 24 DE MAYO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

De Rabat a Jerusalén
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Siempre he mantenido que el Reino de Marruecos podría jugar (como España) un papel más dinámico en el enrevesado proceso de paz de Oriente Medio. No en vano Mohamed VI es presidente del influyente Comité Al Qods y, simbólicamente, Juan Carlos I es Rey de Jerusalén. Por lo demás las comunidades judías han conformado gran parte del devenir histórico y cultural de ambos países, a la vez que un 10% de la actual población israelí está compuesta por inmigrantes y descendientes de judíos marroquíes.

Hassán II, además de reunirse en Ifrán con Simón Peres había ya alentado, en 1976, encuentros secretos en suelo marroquí entre israelíes y egipcios, que desembocaron en la corajuda visita de Anuar El Sadat a Jerusalén. Por lo demás los servicios de inteligencia marroquíes han gozado siempre de una estrecha comunicación con sus homólogos israelíes, la guardia pretoriana marroquí que Hassán II cedió para protección del dictador guineano Teodoro Obiang había sido entrenada por el Mossad, a la vez que moderna tecnología israelí equipa los seis muros levantados por las FAR en el Sáhara. En cuanto a Mohamed VI, si bien rompía relaciones con el Estado hebreo en octubre de 2000 (las relaciones diplomáticas se remontan a noviembre de 1994, mes en el que Israel abrió una oficina de enlace en Rabat, haciéndolo cuatro meses más tarde Marruecos en Israel) invertía mucho esfuerzo en mantener las puertas abiertas, recibiendo al ministro de Asuntos Exteriores Sylvan Shalom, al Gran Rabino de Israel o, más recientemente, al líder del Partido Laborista y futuro ministro de Defensa (por cierto con raíces marroquíes) Amir Peretz.

Por ello, los recientes y numerosos viajes de Serge Berdugo (¿enviado secreto de Mohamed VI?), ex ministro de Turismo y Presidente de la Comunidad Judía de Marruecos, a Israel han levantado las especulaciones. De creer al diario israelí “Maariv” (edición del 8 de mayo) las relaciones diplomáticas entre ambos países podrían reanudarse a corto plazo, si bien la rumorología ya apuntaba a un deshielo en marzo de 2005. ¿Es posible?. Tiene su lógica si las elecciones del próximo septiembre la ganan los islamistas parlamentarios del PJD, que deberían así gestionar una situación de hecho (como debieron de hacer en Ankara los islamistas turcos, quienes debieron incluso asumir relaciones conjuntas de defensa entre el poderoso ejército turco y el Tsahal israelí) pues, en caso contrario, podrían estimar seguir manteniéndolas congeladas “sine die”. En su congreso del verano pasado el PJD (Partido de la Justicia y el Desarrollo) se aupó en pleno conflicto del Líbano, no ya a favor de un Estado palestino como sería lo normal, sino a la corriente extremista de Hezbolláh, lo cual no dejaría de darle réditos en el mundo islámico pero, a la vez y cara a Occidente, le hizo mostrar un perfil radical que sospecho no habrá sido bien visto ni en Europa ni en los EEUU.. En la balanza hay dos pesos importantes: por un lado la factura petrolera (subvencionada en parte por Arabia Saudí y que le cuesta a Rabat un ojo de la cara); por otro, el decidido apoyo del lobby judío norteamericano al Plan de Autonomía para el Sáhara Occidental. La partida sigue jugándose. ¿Imperará la ideología o la “real politik”?.
 

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