José Antonio Muñoz, editor
de este periódico, me pide que haga todo lo posible por ir a
un programa de RTVCE en el cual será interrogada la
candidata del Partido Socialista, María Antonia Palomo.
Lo primero que se me ocurre decirle es que a mí no me
apetece asistir a ninguna televisión local. Y le aconsejo
que lo mejor es que fuera el director, Antonio Gómez;
o el subdirector, Gonzalo Testa, la persona que
representara a El Pueblo de Ceuta, en esa entrevista
electoral.
El editor insiste y termino no sólo aceptando sino que,
además, se me olvida recordarle que yo me he prohibido, hace
ya la tira de tiempo, concurrir a cualquier tipo de tertulia
televisada o radiofónica, si no se me paga la cantidad que
yo crea he de cobrar por mi intervención. Algo que hago
público para dejar bien claro que no volveré a aceptar
ninguna invitación a no ser que se den las circunstancias de
marras.
Hecho el lógico introito, diré que el programa se celebró el
martes, día 22, en un salón del Hotel Parador La Muralla, y
que éramos diez los representantes de los medios encargados
de inquirir de María Antonia Palomo lo que nos viniera en
ganas acerca de ella, del PSOE, y de la campaña electoral.
En la sala estaba lo más granado de la calle de Daoíz para
arropar a una candidata que, durante la campaña, ha perdido
el norte en varias ocasiones. Y en todas ellas, cuando trató
de rectificar, lo hizo siempre alegando que sus desvaríos
estaban causados por el estado emocional que le ocasionaba
la presencia de figuras de su partido, venidas expresamente
a darle cobijo en estas elecciones.
Entre los desvaríos de la secretaria general de los
socialistas de Ceuta, y candidata a la presidencia de la
Ciudad, hay uno del cual no había querido decir ni pío hasta
que a mí me dio por preguntarle con la insistencia requerida
por su forma de responder a mi primera pregunta.
La pregunta con la que abría yo mi intervención era la
siguiente: “Hay una ley no escrita, que reza así: si un
político no conoce a sus enemigos más cercanos, dentro de su
partido, es un político abocado al fracaso. ¿Conoce usted,
señora Palomo, a sus enemigos más cercanos en su partido?”
La señora Palomo, que hasta entonces había hablado de manera
agradable y prolija a siete interrogadores, se frenó en seco
y me contestó más o menos que en su partido era adorada por
todos. Y, claro, me puso a huevo la siguiente pregunta: Si
es así, cómo es posible que le hayan permitido meter la pata
al no anunciar su campaña en mi medio y sí en todos los
demás. Y volvió a responderme de manera desabrida y
remitiéndome a un tal Enrique Moya que estaba entre
los componentes de su séquito.
Ni que decir tiene que tragué saliva, esbocé la
correspondiente y forzada sonrisa, y esperé con paciencia la
llegada de mi segunda intervención. Eso sí, en pocos
segundos comprendí que ya no me valía ninguna otra pregunta
que no fuese la de sacarle a la candidata el motivo por el
cual había despreciado las páginas de este periódico para
lucir sus encantos electorales. Y en cuanto me tocó mi
turno, nuevamente, allá que le hice una declaración de
intenciones al recordarle que a mí su programa, como casi
todos los programas, me importaba bien poco. Y que para
muestra de lo dicho me agarraba a la frase convertida en
arquetipo de Tierno Galván. A la candidata no le cayó
muy bien lo de la metedura de pata y entramos en una
discusión donde le dije que no entendía cómo era capaz de
anunciarse en un periódico donde acostumbraban a decirle
bellaca, mentirosa, y otras lindezas, y despreciaba el
nuestro. La tildé, por ello, de tonta política. Y la cohorte
de MAP rugió con aires de circo romano. Y así llegamos a la
tercera intervención. De la que escribiré otro día.
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