Mal tiene que estar las cosas,
para ofrecer duro a tres pesetas. Cosa que ya nadie hace,
por la sencilla razón de que los duros desaparecieron y las
pesetas también. Sin embargo aquellos a los que el reloj se
les paró en el tiempo y, aún, no se han enterado del que le
mundo sigue avanzando se aferran, con todas sus fuerzas, a
la creencia de que siguen estando solos, que la competencia
no existe y que de su agua hay que ver, de lo contrario leña
al mono. O sea la aplicación de la frase “conmigo o contra
mí”.
Despierta del sueño y vuelve, de una vez por todas, a la
realidad que te estás quedando desfasado y con menos
recursos que mi cuenta corriente. Ya lo dijo aquel: ”aunque
la mona se vista de seda, mona se queda”. Y la marca del aro
del cubo en el culo, esa no hay forma de quitarla.
Me recuerdas aquella tienda de mi barrio, donde todos iban a
comprar apuntando las compras efectuadas en una libreta y
pagando, por ellas, lo que el tendero quería. Y no cabía
discutirle el precio de ningún artículo, porque lo aceptabas
o no comías. Aquello era un chantaje pero, por las razones
expuestas, había que aceptarlo. No quedaba otro remedio.
Algunos años más tardes, otro comerciante se estableció en
el barrio con una tienda de ultramarinos, ofreciendo las
mismas condiciones que el anterior, pero con la variedad de
que los precios se ajustaban más a la realidad. Ni que decir
tiene, que los de las libretas se marcharon a realizar sus
compras al nuevo establecimiento donde, además de la mejora
de los precios, se les ofrecía una mayor calidad en los
artículos. Ni te cuento, serrana del alma, el rebote que se
cogió el que tantos años había estado sólo, haciendo que
todos pasaran por el aro, ante la posibilidad de que de no
hacerlo, no tendrían a dónde acudir a realizar sus compras.
Fue tal su cólera que, por todos los medios a su alcance,
incluso pidiendo ayuda a personajillos con más o menos
influencias, trató de cerrarle el establecimiento a quien se
había atrevido a hacerle la competencia.
Así estaban las cosas, cuando el primero de ellos tratando
de recuperar su clientela, no tuvo nada mejor que hacer que
rebajar los precios e incluso ofreciéndoles ciertos regalos
a quienes, de nuevo, volvieran a a ser su cliente. Algunos,
atraídos por la rebaja de los precios y los regalos
volvieron a ser clientes suyos. Lo que le valió para decirle
al resto que él era el mejor y que, por eso habían vueltos a
su establecimiento, añadiendo en petit comité que todos
aquellos que habían vuelto no sólo volverían a pagar los
precios que él marcase sino que, además, le tendrían que dar
algo a cambio de ese favor
Siempre lo mismo, no había aprendido nada ni tan siquiera,
hoy día, que aquellas libretas hace años que, gracias a
Dios, desaparecieron, que el número de establecimiento ha
aumentado y que ya no valen para nada las mismas mentiras de
aquella época en la que estaba sólo sin competencia alguna.
Está visto y comprobado que cuando las neuronas, la escasas
que tenía el tendero, empiezan a patinar ponen en el lugar
que corresponde a los ignorantes.
Moraleja: A los relojes hay que darles cuerda, no se ponen
al día por mucho que los bendigan. Amén.
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