Y muy especialmente ahora que llega el verano, y que los
cambios de población, especialmente los jóvenes, a zonas de
veraneo, trastocan el orden, aunque acrecientan la caja en
los bares, restaurantes, hoteles y supermercados.
El botellón es la moda desde hace bastantes años, que está
desconcertando a propios y extraños, pero que es más seguido
de lo que en principio se esperaba.
Podemos decir que el botellón es la cola de la cultura
postmodernista o de la “movida”.
En principio pudo tener sentido y muy especialmente cuando
“esas reuniones” de jóvenes, y no tan jóvenes, venían
movidas por los elevados precios de ciertos bares, con lo
que los chavales, “con la paguita” del padre, a lo sumo,
podían tomarse una consumición y luego después se tenían que
conformar con “mirar”.
Yo no es que lo justifique, pero sí que lo comprendo, porque
con lo de una coca cola en un bar, compraban coca colas para
cuatro en un supermercado.
Hasta aquí pase. Lo malo es que la competencia en el beber,
y eso sucede en cuanto se juntan dos docenas de chavales, no
digamos trescientos, trajo como consecuencia una larga serie
de “comas etílicos”, “borracheras”, o como se quiera llamar
y que está trayendo de cabeza, primero a los encargados del
orden y del control, y luego también a los servicios
médicos, prácticamente en todas las ciudades, donde se
practican tales reuniones.
La operación reclamo, cuando hay competencia de jóvenes, a
ver quienes atraen más, ha dado más de un quebradero de
cabeza y salvo que se combata de verdad, no con actitudes
para la galería, el verano puede volver a estar mojadito en
gran parte de la geografía de nuestro país.
Es una moda, dicen algunos; es una forma de estar al aire
libre tomando unas copas, dirán algunos otros, pero en estos
momentos que vivimos, ni unos ni los otros pueden justificar
estas correrías en zonas que molestan a una buena parte de
ciudadanos ajenos a la “botella”, cuando se hace dentro del
casco urbano, o acarrean doble peligro cuando se hace en
aquellos lugares que apartados del casco urbano, por el
hecho de no ser vistos por mucha gente, corren el riesgo de
gravedad mayor para la propia salud, si una “indisposición”
cargada de alcohol no es atendida a tiempo.
Todavía, no digo que no lo haya, no he visto ningún programa
electoral que trate este asunto con profundidad, con la
fuerza necesaria para erradicarlo, pero es que, claro, una
promesa de este tipo no da votos, a lo sumo puede quitar
algunos de una parte considerable de la juventud metida en
esos rollos y ya se sabe que en época de elecciones “ un
voto es un voto”, aunque para conseguirlo haya que meter la
cabeza bajo el ala o hipotecar el traje de novia de la
madre.
Es más, ciertos grupos “progres” partirán del hecho de que
prohibir por prohibir no es conveniente hacerlo y que es
mejor dar consejitos que no sirvan de nada. Lo malo del caso
es que esos consejos, si es que llegan , es a base de meter
miedo en los paneles de las autopistas para los conductores.
Eso está bien, pero al botellón van personas que conducen,
pero otras muchas que nunca han cogido un volante y que a lo
sumo al “botellódromo”ha ido un colega para llevar el coche,
uno que no suele beber, pero que dado el ambiente se anima a
tomar alguna copeja, con lo que eso significa
después,especialmente si conduce “a medios pelos”.
No hay más vuelta de hoja, no vamos a jugar a buenos y a
malos, a leyes permisivas y a leyes que prohiben todo, vamos
a “recortar” ( he dicho recortar) una lacra que ha nacido,
se ha desarrollado y sigue vigente para perjudicar la salud
pública y el buen sentido de la convivencia de las gentes.
Ahora, cuando sin ton, ni son ha habido ciertos atisbos de
“ley seca”, sería impresentable que partidos grandes, grupos
regionales, meras comparsas electorales y asociaciones que
dicen buscar el bien de los grupos o sectores, dejaran de
lado esto y permitieran que un verano más, el botellón sea
la vergüenza de nuestra sociedad, creando con ello el caldo
de cultivo para otras actividades delictivas que dimanan de
aquí. Es una buena ocasión para frenarlo.
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