Al llegar al ecuador de la campaña
electoral para los comicios del próximo 27 de mayo los
partidos políticos se enfrentan al reto de no caer, en los
días en los que se espera que la batalla dialéctica sea más
cruenta entre las candidaturas en liza, en el error de no
caer en la tentación de utilizar argumentos que en nada van
a contribuir a un debate político saludable y que sólo
pueden emponzoñar no ya el intercambio de argumentos entre
los líderes políticos, sino la convivencia en las calles
entre los ceutíes.
De todos esos argumentos el más fácil de utilizar y el más
peligroso es, precisamente, el de la confesión religiosa del
electorado de cada formación política. Más de un partido
político a frecuentado no ya durante las últimas semanas,
sino durante los últimos meses e incluso más allá del año
ese terreno para intentar, más que ganar papeletas,
fidelizar a sus votantes.
Sirve de muy poco que, declaración tras declaración y en muy
buen tono, los representantes más destacados de cada
formación política hagan votos por separar la religión (una
cuestión estrictamente privada y personal, como la
orientación sexual) de la política si cada dos por tres, de
una u otra manera, sacan a relucir si los votantes propios o
de sus contrincantes tienen esta o aquella confesión como un
lastre o un mérito, según el caso.
Bien harían las seis candidaturas que se disputan el
respaldo de los ceutíes en dejar bien claro que no les
importa nada, a la hora de pedirles el voto, que no les
importa absolutamente nada cuál es la confesión religiosa de
su interlocutor. Está en su mano y de su capacidad depende
ser capaces de superar el hecho objetivo de que la clase
social más desfavorecida de la ciudad está compuesta en su
mayoría por ceutíes de cultura musulmana (porque en Ceuta,
aunque a veces no lo parezca, también hay ateos) y reclamar
su apoyo con argumentos políticos y dejar, de una vez por
todas, el credo de cada quien en su ámbito privado.
|