Siete años pasó Christian Lavernier (Imperia, 1979) en Milán
para estudiar guitarra clásica en el conservatorio ‘Giuseppe
Verdi’. Un tiempo “de tristeza” porque es una ciudad de
interior. “Necesito ver el mar para vivir, no sé tocar la
guitarra cuando estoy lejos del mar, es fundamental”,
asegura un músico que, desde los quince años, viaja por el
mundo para actuar en recitales como el de ayer en la IV
Semana Mediterránea de la Cuerda ‘Entre Cuerdas Reales’.
Lavernier, que también ejerció de maestro en el seminario de
perfeccionamiento, contempla su dedicación con una doble
percepción: “es mi trabajo, pero no lo es porque también es
lo que más feliz me hace. Reconozco que soy muy afortunado”.
Ha participado en los concursos internacionales más
prestigiosos, de los que, en varios casos, ha salido con el
primer premio entre sus manos. “Desde pequeño sueño con la
guitarra, es un instrumento que se puede tocar con las dos
manos, cosa que no pasa con el violín, tiene extraordinarias
posibilidades”, explica.
Dedicado de pleno a la guitarra clásica, no ha pensado en
serio en componer. “Se requiere mucho más tiempo, de
momento, solamente toco porque veo la música de un modo
diferente al artista que también compone”. En este sentido,
hace hincapié en la importancia de compaginar. “Una
composición no se improvisa, hace falta un estudio
profundo”. Tiene tan clara su vocación que dice no haber
pensado “nunca” en qué habría sido de no tocar la guitarra.
“Desde pequeño, he dedicado mi vida a la música”. No
obstante, funde la intuición y la técnica como claves para
transmitir al público. “La técnica está al servicio de la
creatividad”, concluye Lavernier que a finales de año sacará
un disco. Mientras tanto, conciertos por Europa.
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