En la explanada de la Marina se ha
celebrado la Feria de la Construcción. Y en ella no podía
faltar un concurso de albañilería. El último parece ser que
se hizo hace ya cuarenta años. Mucha gente acudió al recinto
en el cual las autoridades entregaron los premios
correspondientes al certamen.
La peña del ladrillo, con sede en la Tasca de
Pedro, tiene entre sus contertulios a arquitectos,
aparejadores, peritos, ingenieros, contratistas, promotores,
etc. Y sus directivos no dudaron en aprovechar la citada
Feria para imponer el ladrillo de oro a quienes formamos
parte de una peña que ha ido a más en todos los aspectos.
El acto se celebró en El Varadero: Restaurante en el cual
hubo una comida a la que acudieron muchísimas personas.
Vinculadas, en gran medida, a la construcción. En medio de
un ambiente extraordinario, Francisco Navas y
Cristobal Chaves, organizadores de la cosa, delegaron en
el presidente de la peña, Andrés Domínguez,
todo lo relacionado con la presentación del acontecimiento.
Y ADE volvió a coger el micrófono para deleitarnos con sus
ocurrencias. Y, claro, Javier Arnáiz se lo pasaba
pipa. La verdad es que el decano de la prensa ceutí, entre
otras muchas cualidades, tiene la virtud de alegrarnos la
vida a cada paso. Porque conserva todavía de su oficio en la
radio, el carácter tranquilo y el decir socarrón y
diplomático.
En suma, que cuando el presidente de la peña y también
director y animador de la fiesta había conseguido ya que
entre los comensales reinase un ambiente magnífico y las
risas fueran el denominador común, se comenzó a imponer el
ladrillo a las personas designadas por técnicos de la
construcción. Y a mí me cupo la suerte de estar entre los
elegidos para lucir una de las primeras insignias en el ojal
de la chaqueta.
Invitado a subir al escenario, agradecí el detalle y lo
acompañé con unas palabras dedicadas al personal y sobre
todo como una especie de reconocimiento a quienes forman
parte de la construcción, en sus diferentes cometidos.
Palabras improvisadas, lógicamente.
Se me vino a la mente una frase que siempre he oído entre
los profesionales de la albañilería: que era un oficio de
mucha masa y de poca pasta. Pues bien, recordé que ese dicho
se ha quedado añejo. Que los albañiles, si conocen bien su
oficio, ganan dinero. Que los obreros que trabajan en
construcciones de ladrillo, piedra, yeso, cemento, etc,
cuando son buenos, están rifados.
Me apoyé en esa especie de exordio, para hablar de un
problema que sigue sin encontrar la respuesta adecuada. El
deseo que tenemos los padres de que nuestros hijos sean
todos universitarios. Un deseo legítimo a todas luces. Si
bien equivocado en innumerables casos. Y tales errores, es
decir, el que obliguemos a ser universitarios a quienes no
reúnen aptitudes para los estudios, ocasionan un daño
irreparable a los jóvenes considerados como incompetentes o,
de manera eufemística, escasamente “adaptados”.
Sin embargo, la realidad nos viene demostrando que muchos
niños, condenados en la escuela por falta de rendimiento,
experimentan un cambio radical cuando ingresan en el mundo
adulto y tienen que ganarse la vida o sostener una familia.
Esas personas ofrecen lo mejor de ellas al descubrirse
válidas en el oficio que han elegido. Por lo tanto, creí
conveniente destacar la importancia de ese concurso de
albañilería que se había celebrado. A fin de que los
chavales que carezcan de aptitudes para acceder a estudios
académicos, sepan que ser albañil, mecánico, fontanero...,
si es logrado con una buena formación profesional, es
sinónimo de bienestar. Y, desde luego, un bien para la
economía española. Esperemos que los concursos, de cualquier
especialidad, proliferen.
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