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OPINIÓN - MARTES, 15 DE MAYO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Formación profesional
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En la explanada de la Marina se ha celebrado la Feria de la Construcción. Y en ella no podía faltar un concurso de albañilería. El último parece ser que se hizo hace ya cuarenta años. Mucha gente acudió al recinto en el cual las autoridades entregaron los premios correspondientes al certamen.

La peña del ladrillo, con sede en la Tasca de Pedro, tiene entre sus contertulios a arquitectos, aparejadores, peritos, ingenieros, contratistas, promotores, etc. Y sus directivos no dudaron en aprovechar la citada Feria para imponer el ladrillo de oro a quienes formamos parte de una peña que ha ido a más en todos los aspectos.

El acto se celebró en El Varadero: Restaurante en el cual hubo una comida a la que acudieron muchísimas personas. Vinculadas, en gran medida, a la construcción. En medio de un ambiente extraordinario, Francisco Navas y Cristobal Chaves, organizadores de la cosa, delegaron en el presidente de la peña, Andrés Domínguez, todo lo relacionado con la presentación del acontecimiento.

Y ADE volvió a coger el micrófono para deleitarnos con sus ocurrencias. Y, claro, Javier Arnáiz se lo pasaba pipa. La verdad es que el decano de la prensa ceutí, entre otras muchas cualidades, tiene la virtud de alegrarnos la vida a cada paso. Porque conserva todavía de su oficio en la radio, el carácter tranquilo y el decir socarrón y diplomático.

En suma, que cuando el presidente de la peña y también director y animador de la fiesta había conseguido ya que entre los comensales reinase un ambiente magnífico y las risas fueran el denominador común, se comenzó a imponer el ladrillo a las personas designadas por técnicos de la construcción. Y a mí me cupo la suerte de estar entre los elegidos para lucir una de las primeras insignias en el ojal de la chaqueta.

Invitado a subir al escenario, agradecí el detalle y lo acompañé con unas palabras dedicadas al personal y sobre todo como una especie de reconocimiento a quienes forman parte de la construcción, en sus diferentes cometidos. Palabras improvisadas, lógicamente.

Se me vino a la mente una frase que siempre he oído entre los profesionales de la albañilería: que era un oficio de mucha masa y de poca pasta. Pues bien, recordé que ese dicho se ha quedado añejo. Que los albañiles, si conocen bien su oficio, ganan dinero. Que los obreros que trabajan en construcciones de ladrillo, piedra, yeso, cemento, etc, cuando son buenos, están rifados.

Me apoyé en esa especie de exordio, para hablar de un problema que sigue sin encontrar la respuesta adecuada. El deseo que tenemos los padres de que nuestros hijos sean todos universitarios. Un deseo legítimo a todas luces. Si bien equivocado en innumerables casos. Y tales errores, es decir, el que obliguemos a ser universitarios a quienes no reúnen aptitudes para los estudios, ocasionan un daño irreparable a los jóvenes considerados como incompetentes o, de manera eufemística, escasamente “adaptados”.

Sin embargo, la realidad nos viene demostrando que muchos niños, condenados en la escuela por falta de rendimiento, experimentan un cambio radical cuando ingresan en el mundo adulto y tienen que ganarse la vida o sostener una familia. Esas personas ofrecen lo mejor de ellas al descubrirse válidas en el oficio que han elegido. Por lo tanto, creí conveniente destacar la importancia de ese concurso de albañilería que se había celebrado. A fin de que los chavales que carezcan de aptitudes para acceder a estudios académicos, sepan que ser albañil, mecánico, fontanero..., si es logrado con una buena formación profesional, es sinónimo de bienestar. Y, desde luego, un bien para la economía española. Esperemos que los concursos, de cualquier especialidad, proliferen.
 

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