Mis queridos diocesanos:
La celebración gozosa de la Pascua del Enfermo nos reúne en
torno a Cristo Resucitado. Él nos anuncia la llegada de su
fuerza, el Espíritu Santo para que no sintamos la soledad en
la tarea.
La Pascua del Enfermo nos acerca a un mundo, el de la
enfermedad y nos invita a “Acoger, Comprender y Acompañar”
al enfermo. Con la presencia de los enfermos tenemos
asegurado permanentemente el testimonio de Cristo doliente.
Hoy es su Pascua, Pascua del Enfermo, que tenemos que
acoger, comprender y acompañar.
1. Jesús acoge, comprende y acompaña
Jesús dedicó más tiempo a atender a los enfermos que a
predicar su doctrina. Parece exagerado, pero fue así. Cristo
recorría toda la Galilea enseñando y curando toda enfermedad
y dolencia. Y se extendía su fama, y le traían a todos los
que padecían algún mal: a los atacados de diferentes
enfermedades y dolencias, a los endemoniados, lunáticos y
paralíticos, y los curaba (cf. Mt 4,23-25; 9,36). La gente
se admiraba y exclamaba: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a
los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37).
2. Múltiples formas de sufrimiento
Los seres humanos estamos llamados a la alegría, pero
continuamente experimentamos múltiples formas de sufrimiento
en nosotros mismos y en los demás. Son los enfermos la
expresión más frecuente y común del sufrimiento humano. La
sociedad y la cultura modernas piensan que el dolor no
tienen ningún sentido y, por eso, lo ocultan más o menos
solapadamente. En tales circunstancias la Iglesia anuncia,
con claridad y confianza, el evangelio de la cruz y misterio
pascual de Nuestro Señor Jesucristo, e invita a acompañar al
enfermo.
3. Vivir con alegría su enfermedad
El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, dedica unas páginas
inolvidables sobre “la vocación y misión de los laicos en la
Iglesia y en la sociedad”. Ellos son la preciosa herencia
que la Iglesia ha recibido de Jesucristo, médico de las
almas y de los cuerpos, y que incesantemente debe
enriquecerse y aumentarse “recuperando y relanzando” la
acción pastoral en este campo.
Lo primero que debe hacerse en la pastoral de los enfermos
es considerar a los que sufren, no sólo como objeto de amor
y servicio por parte de la Iglesia, sino como sujetos
activos y responsables de su obra evangelizadora y salvífica.
El cristiano que sufre no es como el obrero ocioso que se
cruza de brazos, sin hacer nada. También él ha sido enviado
“a trabajar en la viña del Señor”. Así lo llama a vivir
plenamente su vocación humana y cristiana, participando en
el crecimiento del Reino de Dios, de un modo muy original y
muy valioso.
Su programa es completar “lo que falta a las tribulaciones
de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col
1,24). Vivir con alegría la enfermedad. Convertirse en
portadora del “gozo del Espíritu Santo en medio de muchas
tribulaciones” (1Ts 1,6). Ser testigos ante los hombres de
la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
4. Iglesia con rostro samaritano
Los enfermos deben ser, además, el camino de la Iglesia,
objeto de amor y servicio por parte de todos y cada uno de
sus miembros. Ese mismo es el camino de Cristo Jesús, el
buen samaritano que no pasó de largo sino que se detuvo y
tuvo compasión y, acercándose, vendó las heridas del hombre
que encontró maltrecho en el camino y cuidó de él (cf. Lc
10,30-34).
Y la Iglesia no hace otra cosa que reproducir la parábola
del buen samaritano en la multitud de personas que, como
Jesús, confortan y consuelan a los que sufren. Atienden,
están cerca, conversan pacientemente, comparten y ayudan en
los momentos en los que la enfermedad y el sufrimiento
someten a una dura prueba la confianza del enfermo en la
vida y su fe en Dios.
5. Acompañamiento del enfermo en la familia
La familia también cuenta. Nosotros este año en nuestra
Diócesis, como objetivo prioritario, lo hemos dedicado a la
familia. Pues bien, os recuerdo el papel insustituible de la
familia en el cuidado del enfermo y os invito a promover el
apoyo necesario para que pueda desempeñarlo.
De otro lado invito también a las comunidades cristianas a
acompañar a las familias que están pasando la prueba de la
enfermedad. Cuando estamos enfermos el papel de nuestra
familia es fundamental, necesitamos su cariño para sentirnos
queridos. Pero la familia en este caso, como en otros, no se
basta a sí misma, necesita también apoyo y ayuda de Dios, de
la Iglesia y de la sociedad.
6. La atención a los enfermos y la defensa de sus derechos
La atención a los enfermos y la defensa de sus derechos son
objetivos prioritarios, y tal vez sea uno de los principales
servicios de la pastoral sanitaria. Aliento y animo a seguir
trabajando pastoralmente a todos aquellos que están
diseminados por todas las parroquias y centros
hospitalarios, al mismo tiempo que les encomiendo al Señor y
a Nuestra Señora de Lourdes.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
*Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 8 de mayo de 2007.
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