A Julián Muñoz le ha durado
su huelga de hambre menos que dura una naranja en la puerta
de un colegio. El hombre anunció que dejaba de comer y
cuando apenas había perdido dos kilos, se dejó ganar por los
consejos de quienes le quieren bien. Y, claro, cantó la
gallina. Así que ha quedado peor que Cagancho en
Almagro.
Puedo simpatizar con cualquier cosa excepto con el
sufrimiento que ha tratado de causarnos un pícaro cagado
hasta las trancas. La cárcel es dura, sin duda; pero quien
fue capaz de ganar dinero a espuertas, montando su propio
patio de Monipodio, debería haber mostrado más entereza y
hacer menos brindis al sol.
El comportamiento de Julián Muñoz invita a la risa. Uno
creía que su situación penal y judicial, por dura que fuere,
no conseguiría convertirlo en fulano cuya única obsesión
consiste en dar pena para que lo saquen de la trena de prisa
y corriendo.
Yo sé que cualquier camarero, profesión muy digna, tiene
derecho a soñar con ser rico algún día. Pero no a costa de
meterse en un partido y ponerse a las órdenes de un truhán,
que en el cielo esté, para desvalijar las arcas municipales
de Marbella. En el Gil había muchos desvergonzados, según va
descubriendo el juez Miguel Ángel Torres. Y El
Cachuli era uno de ellos. Y, por cierto, muy principal. Tan
principal como para tirarle los tejos a Isabel Pantoja
y ganarle la voluntad a la tonadillera.
Alcalde de Marbella, ni El Cachuli pudo llegar a tanto ni
Marbella a menos, paseaba sus calles cual si fuera
Rodolfo Valentino. Los pantalones subidos hasta casi la
pechera, a fin de que la bragueta adquiriese un estado
sobresaliente, hacía el paseíllo con la reina de la copla y
de la desgracia. Eso sí, la pareja iba de fiesta en fiesta y
el tío ni siquiera se acordaba de la diabetes ni del
colesterol.
El otrora camarero y luego propietario de un chiringuito de
medio pelo, en la tierra donde los billetes del ladrillo
terminaban debajo del tálamo matrimonial, sacaba pecho y
metía barriga en su caminar a la vera de la viuda de España.
Sin darse cuenta de que ya había puesto la primera piedra de
su decadencia.
Porque es bien conocida la jettatura de la Pantoja: una gafe
con todos sus papeles en regla. De eso sabía el maestro
Jaime Campmany más que nadie en España. Pues siempre
dijo que durante su estancia en Roma tuvo un maestro
indiscutible en descubrir quienes son capaces de influir
maléficamente o de atraer la desgracia, voluntariamente o
con su sola presencia. Mas El Cachuli, cegado por los focos
de una popularidad que le sentaba peor que a mí un sombrero
cordobés, no se percató de lo que se le echaba encima. Y
allá que siguió creyendo que era seductor por la entrepierna
y rico por herencia. Y se convirtió en un narciso cuya mente
concibió un personaje que en nada se parecía a él. Y esa
vida equivocada, tan de escaparate como agotadora, y de
mucha precariedad por sustentarse con dinero ajeno, lo llevó
al trullo.
A Julián Muñoz, El Cachuli, la gente se lo tomaba
medio en broma. Y hasta le caía bien a esas personas que
sienten verdadera devoción por los tunantes. Pero en cuanto
anunció la huelga de hambre, aprovechándose de las
circunstancias ocurridas en relación con De Juana,
criminal desde la cuna, el novio de la Pantoja empezó a ser
mal visto. Había perdido ya parte de ese halo a lo Dioni,
que comenzaba a serle favorable. Y qué decir cuando nos
hemos enterado de que ha vuelto a demostrar el buen saque
que tiene en la mesa. Pues eso: a chufla lo toma la gente...
Mientras tanto, Isabel Pantoja, cual manzanillo que es, ha
actuado en Valladolid, como si tal cosa y en loor de
multitud. Ay, Julián: eres la vergüenza de pícaros, bribones
y tunantes.
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