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OPINIÓN - DOMINGO, 13 DE MAYO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Ay, Julián
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A Julián Muñoz le ha durado su huelga de hambre menos que dura una naranja en la puerta de un colegio. El hombre anunció que dejaba de comer y cuando apenas había perdido dos kilos, se dejó ganar por los consejos de quienes le quieren bien. Y, claro, cantó la gallina. Así que ha quedado peor que Cagancho en Almagro.

Puedo simpatizar con cualquier cosa excepto con el sufrimiento que ha tratado de causarnos un pícaro cagado hasta las trancas. La cárcel es dura, sin duda; pero quien fue capaz de ganar dinero a espuertas, montando su propio patio de Monipodio, debería haber mostrado más entereza y hacer menos brindis al sol.

El comportamiento de Julián Muñoz invita a la risa. Uno creía que su situación penal y judicial, por dura que fuere, no conseguiría convertirlo en fulano cuya única obsesión consiste en dar pena para que lo saquen de la trena de prisa y corriendo.

Yo sé que cualquier camarero, profesión muy digna, tiene derecho a soñar con ser rico algún día. Pero no a costa de meterse en un partido y ponerse a las órdenes de un truhán, que en el cielo esté, para desvalijar las arcas municipales de Marbella. En el Gil había muchos desvergonzados, según va descubriendo el juez Miguel Ángel Torres. Y El Cachuli era uno de ellos. Y, por cierto, muy principal. Tan principal como para tirarle los tejos a Isabel Pantoja y ganarle la voluntad a la tonadillera.

Alcalde de Marbella, ni El Cachuli pudo llegar a tanto ni Marbella a menos, paseaba sus calles cual si fuera Rodolfo Valentino. Los pantalones subidos hasta casi la pechera, a fin de que la bragueta adquiriese un estado sobresaliente, hacía el paseíllo con la reina de la copla y de la desgracia. Eso sí, la pareja iba de fiesta en fiesta y el tío ni siquiera se acordaba de la diabetes ni del colesterol.

El otrora camarero y luego propietario de un chiringuito de medio pelo, en la tierra donde los billetes del ladrillo terminaban debajo del tálamo matrimonial, sacaba pecho y metía barriga en su caminar a la vera de la viuda de España. Sin darse cuenta de que ya había puesto la primera piedra de su decadencia.

Porque es bien conocida la jettatura de la Pantoja: una gafe con todos sus papeles en regla. De eso sabía el maestro Jaime Campmany más que nadie en España. Pues siempre dijo que durante su estancia en Roma tuvo un maestro indiscutible en descubrir quienes son capaces de influir maléficamente o de atraer la desgracia, voluntariamente o con su sola presencia. Mas El Cachuli, cegado por los focos de una popularidad que le sentaba peor que a mí un sombrero cordobés, no se percató de lo que se le echaba encima. Y allá que siguió creyendo que era seductor por la entrepierna y rico por herencia. Y se convirtió en un narciso cuya mente concibió un personaje que en nada se parecía a él. Y esa vida equivocada, tan de escaparate como agotadora, y de mucha precariedad por sustentarse con dinero ajeno, lo llevó al trullo.

A Julián Muñoz, El Cachuli, la gente se lo tomaba medio en broma. Y hasta le caía bien a esas personas que sienten verdadera devoción por los tunantes. Pero en cuanto anunció la huelga de hambre, aprovechándose de las circunstancias ocurridas en relación con De Juana, criminal desde la cuna, el novio de la Pantoja empezó a ser mal visto. Había perdido ya parte de ese halo a lo Dioni, que comenzaba a serle favorable. Y qué decir cuando nos hemos enterado de que ha vuelto a demostrar el buen saque que tiene en la mesa. Pues eso: a chufla lo toma la gente... Mientras tanto, Isabel Pantoja, cual manzanillo que es, ha actuado en Valladolid, como si tal cosa y en loor de multitud. Ay, Julián: eres la vergüenza de pícaros, bribones y tunantes.
 

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