No pocas personas en este país
siguen condenadas a una miserable supervivencia, como son
los pensionistas con rentas insuficientes, los temporeros,
inmigrantes o gentes sin cualificar, que se ganan la vida
con empleos en precario. Son los excluidos, con los que
nadie quiere hablar, porque forman parte de esa otra España
marginal, considerada por algunos como un desecho de esa
otra España pomposa, bautizada despóticamente por los
privilegiados como “la España impresentable”, para nombrar a
un colectivo que no tiene salida en estas actuales
estructuras y que no cuenta para nada en nuestra sociedad. A
lo sumo en momentos electorales. Frente a esto, convendría
preguntarse: ¿Qué hacen los servicios sociales –de las
distintas administraciones- para paliar la cuestión de los
derechos para todos? ¿Dónde está la ley para estas personas?
Por si fuera poca la dificultad, algunos hombres y mujeres
marginados, precisan aún más directamente de ese auxilio
social, puesto que tienen taras psicológicas ingénitas o
adquiridas, u otras adicciones que requieren de un apoyo
mayor para recuperarse y dignificarse: alcohólicos, vagos,
inadaptados, vagabundos, prostitutas, drogadictos, y un
largo etcétera; seres humanos, en todo caso, a los que no
podemos dejar abandonados en la farsante cuneta de la
vanguardia y mucho menos a la deriva, sin brújula alguna que
les oriente.
Me temo que los servicios sociales a los marginados llegan
tarde, mal o nunca. En todo caso, pienso que habría que
mejorarlos, puesto que esta sociedad del consumismo y el
bienestar está creciendo por contrate y cada día son más las
personas que pierden el tren del progreso. A su casa, los
que aún conservan hogar porque el desarraigo está a la orden
del día, aún no ha llegado el tan cacareado desarrollo. Tan
evidente es el asunto, que en la Unión Europea se ha llegado
a debatir públicamente si no estamos generando, de hecho,
una especie de clase inferior. A pesar de los grandes
cambios, las carencias humanas están lejos de haber
desaparecido, por lo que un servicio social esporádico y de
manera eventual o por una sola vez, tampoco es la solución
que garantice nada. Es un trabajo diario, de servicio social
cien por cien, hecho por todos y para todos; sólo así la
igualdad podrá espigar, de manera que ningún ciudadano sea
tan poderosamente aventajado que pueda comprar a un
excluido. Y tampoco, que nadie sea tan indigentemente
marginal, que piense en la necesidad de venderse para poder
vivir.
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