Sarkozy, al final, se ha alzado
con la victoria electoral en Francia, en unas reñidas
elecciones que han sido seguidas con gran atención desde
Rabat por dos comprensibles motivos: uno, el peso dominante
de París en las peculiares relaciones franco-marroquíes;
dos, la presencia de una importantísima comunidad marroquí
en Francia. Ayer mismo en Tetuán, raro era el “corrillo” en
el que no se diera un repaso a las consecuencias del avance
del centro-derecha en Francia y, de paso, a su potencial
“tirón” electoral en España, pues en Marruecos no ha pasado
desapercibido el viaje de apoyo del “amigo Sapatero” al
mitin de la “compañera” Segoléne.
Otra lectura pasaría por la necesidad intuída por el
electorado de “reafirmar” el alma francesa, un país que
desde 1930 no ha dejado de recular internacionalmente:
batido por los alemanes en 1940, una parte de Francia volvió
a desfilar por los Campos Elíseos pasando bajo el Arco del
Triunfo gracias a la resistencia inglesa y la “locomotora”
norteamericana, si bien el país todavía no ha tenido el
coraje de revisar su reciente historia pasada cuantificando
el apoyo social, colaboracionismo puro y duro, al régimen
filonazi de Vichí, pese a cargar las tintas exorcizando las
culpas en el habitual chivo expiatorio, en este caso un
anciano y antiguo héroe en Verdún: el mariscal Petáin.
Tampoco nos olvidemos en este contexto de la última unidad
en defender el búnker del genocida Hitler en Berlín: la 33ª
división Waffen-granadera der SS Charlemagne.
Expulsada de Indochina, replegada forzada por las
circunstancias de Marruecos en 1956 y batida políticamente
en Argelia años más tarde (aunque militarmente el ejército
francés ganara la guerra al FLN), pese al órdago
nacionalista de la “Force de Frappe” y las veleidades de
autosuficiencia llegó un momento en el que los responsables
del Palacio del Elíseo pensaron en unirse… al Reino Unido
vía asociación a la Commonwealth.
Francia, ese gran país allende los Pirineos, tiene sin duda
que hacer un serio esfuerzo de renovación colectiva. ¿Podrá
encararlo Sarkozy?. Lo que bien pudiera abordarse es el
carpetazo digno a un escandaloso crimen de Estado,
auspiciado por Hassán II mientras París miraba a otro lado:
el secuestro y asesinato de Mhedi ben Barka en octubre de
1965, rematado a cuchillo (según confesaría Georges Figón
antes de ser abatido por un balazo en la cabeza en una calle
de París) por el número dos del régimen marroquí, el general
Oufkir. También podría Sarkozy pulsar el botón de la “luz
verde” que permitiera concluir las investigaciones del
asesinato del juez Bernard Borrell, muerto en circunstancias
más que extrañas en Yibuti, si mal no recuerdo en 1995.
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