Con el buen tiempo, se producen las ausencias a clases sin
el consentimiento de la familia. Los dos últimos meses de
clases son los que más “robonas” producen. Antes, en
general, se elegían lugares distantes del Centro y el hogar
familiar; en la actualidad, los “roboneros”, suelen actuar
en compañía –no les importan la distancia, al menos del
Colegio-. Así, en estos días, ya se ven, en horario escolar,
pequeños grupos, en sus cercanías. Permanecen inactivos,
aunque en charlas animadas. No importa el sexo, pues, el
“privilegio” no es exclusivo de ellos. Ellas, también las
hacen.
Lo peor de estas ausencias es que, cuando llegan a
conocimiento de la familia, ya han pasado unos días, con el
consiguiente retraso en el desarrollo del temario de las
distintas asignaturas. Lo que hace pensar, sin dudas, que
también es causa del tan traído y llevado, fracaso escolar.
Hay que añadir, que no es un fenómeno propio de nuestros
días –donde parece que todo lo malo se produce ahora-, ya
que en cualquier época, el alumnado siempre tuvo la
tentación de hacer, en algún momento, “novillos”, que
también así se denomina este hecho.
He seleccionado de mi tercer libro, “Un antes y después”,
algunos casos de “robona”, narrados por los propios
protagonistas. Cronológicamente se sitúan entre los años
1966 y 1997.
“M.M.P”: “Mi madre me acompañaba todos los días, cogidas de
la mano, al Colegio. Pero un mal día, el demonio se cruzó en
mi camino. Entré, y cuando calculé que mi madre se había
retirado del Colegio, con una amiga y compañera, hicimos la
<<robona>>. Pero, aquello no podía quedar impune. Al día
siguiente me preguntó mi tutor, por qué no había asistido a
clase. Yo respondí porque había estado enferma. El tutor
llamó a mi madre, ya que no se tragó la respuesta. Al llegar
mi madre, lo desmontó todo, quedándose asombrada de la
‘fechoría’ que yo había cometido. Fue generosa en la
sanción: Aquella tarde, no salí”.
“D.B.P”: “Un día hice ‘robona’ con otro compañero. Nos
fuimos a un campo ‘misterioso’: una huerta abandonada, donde
se encontraba un viejo colchón, y nos pusimos a dar saltos
como locos. Al día siguiente, la señorita, nos preguntó por
el motivo de nuestra ausencia. Nos llevamos una gran
sorpresa: fuimos observados por todos. No se perdieron
nuestro espectáculo de ‘acróbatas’, pues, el lugar
‘misterioso’ daba a la fachada del Colegio, y desde una
ventana del aula, nos vieron. ¡La cara que se nos quedó!”
“J.P.M.”: “Nuestra ‘robona’ fue muy precoz. Nos escapamos mi
amigo y yo, por los barrotes de la reja de la clase de
párvulos, y deambulamos por el barrio de Hadú. Estábamos
asustados, y queríamos volver a casa, pero pasada media
hora, más o menos, nos encontró una querida vecina, que nos
volvió a llevar al Colegio”.
“D.G.R”: “Hice una vez ‘robona’. Por poco me cuesta la vida
al encararme a un muro, y después al bajar, con un hierro
saliente, me di un golpe en los testículos. La sangre salía
a borbotones, y, gracias a un vecino que, casualmente, venía
con su coche, me trasladó al Hospital, y pude salvarlos. Me
cogieron varios puntos de sutura y me los dejaron en
‘servicio’.”
“M.M.G”: “Estábamos en 6º e hicimos la ‘robona’, otro
compañero y yo. Nos fuimos al cine Astoria a ver una
película, en la reciente apertura –año 76- cuyo título era
‘Gallos de madrugada’ con Conchita Velasco. Nuestro tutor se
enteró porque un compañero ‘se fue de la lengua’. Al día
siguiente, la consiguiente reprimenda, más que merecida”.
“M.F.S.”: “Este episodio es muy triste. Yo no quería asistir
a clase y hacía ‘novillos’ con otro compañero. Salíamos de
casa y nos escondíamos. Teníamos pánico al maestro, que, a
veces, se le ‘iba la mano’. Una vez fui ‘crucificado’, de
rodillas, con los brazos en cruz, y en las palmas de las
manos, dos pesados libros. El maestro llamó a mis padres,
pero yo no lo decía en casa. Un día me dijo: ‘Si tu madre no
viene, voy a buscarla’. No tuve más remedio que comunicarlo
en casa, y sufrir las consecuencias de mis ausencias de
clases”.
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