Voy a situarles: Jesús, el Profeta
(el “Hijo de Dios” para los cristianos); Benedicto XVI, el
Papa católico, según el Anuario Pontificio “el vicario de
Jesucristo”, por extensión el representante de Dios en la
Tierra; y Qumrán, cerca de la bíblica Jericó, unas modestas
ruinas pero de capital importancia para la investigación
judeo-cristiana localizadas en un emblemático lugar a la
orilla del Mar Muerto, cuyo acontecer se remonta al Israel
histórico (porque, ¿saben?, Israel tiene miles de años de
historia) y cuyos restos pueden visitarse aun hoy en día.
Saco esto a colación para llamarles la atención sobre el
voluminoso volumen (hay otro en marcha) escrito por el
teólogo Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, dedicado a la
carismática figura de “Jesús de Nazaret” y que el pasado 13
de abril fue presentado en el Aula Sínodo del Vaticano. Como
advierte su autor se trata de una obra privada, sujeta por
tanto a la legítima crítica. Benedicto XVI intenta armonizar
lo que ya a comienzos del siglo XX intentó Maurice Blondel:
aunar el dogma cristológico con el Jesús histórico. Obra de
doble interés, tanto por la temática abordada como por la
indudable calidad y rigor del autor, presenta no obstante un
punto de partida metodológicamente obscurantista, pues como
reconoce el propio Papa “la interpretación de las Escrituras
no puede ser un asunto puramente académico y no puede ser
relegado al ámbito puramente histórico”. ¿Entonces…?. Porque
Benedicto XVI asume, por otro lado, la veracidad histórica
de los Evangelios incluso el cuarto, el esotérico, el
atribuido a Juan.
Parece que en la obra (hablo por reseñas, todavía no he
podido echarle el diente) Benedicto XVI se pronuncia sobre
dos enrevesados asuntos, uno de los cuales ha propiciado
ríos de tinta… y de sangre:
a) La presunta ejecución de Jesús, no por motivos políticos
sino por acusación de blasfemia, lo que llevó aparejado la
inoportuna y gravísima acusación de deicidio.
b) El contexto esenio de la figura y doctrina de Jesús,
polémico aspecto que hasta el momento no parece nada claro.
Después de haber subido a vivaquear en Masada por el
“Sendero de la Serpiente”, tuve ocasión de pasar un tiempo
en las inmediaciones de Qumrán para, finalmente y después
del trote, descansar unos deliciosos días en el oasis y
reserva natural de Ein Guedi. Les hablo del verano de 1987…
Si tienen la oportunidad les invito a un iniciático viaje,
de crecimiento personal. Se harán más maduros y tolerantes,
comprendiendo entonces muchas cosas.
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