Alejandro Agag, cuando era
asesor de José María Aznar, definía a éste como un
hombre carente de humor. Sin embargo, el futuro yerno sabía
llevarle tan bien que se permitía el lujo de gastarle bromas
mientras jugaban al pádel, ante el pasmo de los funcionarios
de la Moncloa. Bromas tan finas cual la que sigue. Esperaba
el momento en que el presidente dijera cinco para saltar:
“Por el culo te la hinco”. Y cuentan que Aznar se reía a
mandíbula batiente con la originalidad que demostraba su
asesor para alegrarle la vida.
De Aznar se ha dicho que es un castellano seco, sobrio,
autoritario, cortante... La verdad es que sus gestos apenas
dejan entrever que pudiera haber en él ni un adarme de
amenidad y gracia. En Andalucía, y concretamente en Cádiz,
sería tachado de sieso. Y hasta los habría, llegado el
momento, que para recrearse más en la suerte, le añadirían
manío. Con lo cual la posible ofensa quedaría convertida en
sieso manío. Lo que traducido del habla gaditana a la
castellana, rezaría así: Individuo de trato difícil, de
carácter atravesado, antipático...
La verdad es que Aznar, que tuvo magníficas actuaciones
durante su primer mandato presidencial, debería pensar lo
que dice antes de hablar. Y desde luego abstenerse de abrir
la boca si antes ha estado catando vinos. Los hay que tienen
buen vino y otros muy malo. A los primeros, empinar el codo
les vale para producir alegría y contento a su alrededor. A
los segundos, la bebida los convierte en individuos
dispuestos a contar sus verdades sin importarles el ponerse
el mundo por montera.
El ex presidente Aznar estuvo en Valladolid, días atrás. Y
allí recibió la distinción de bodeguero de honor de la
Academia del Vino de Castilla y León. Y a lo mejor se pasó
en la cata de esos caldos de Ribera del Duero, ambrosía
pura, y le salió la mala baba que suele salirles a quienes
no saben beber más de dos copas. De ahí que su discurso,
tras haberse fotografiado sosteniendo una botella “magnum”
de vino de Pesquera, fuera tan desacertado, impresentable y
peligroso.
He visto las imágenes en televisión y en internet, repetidas
veces. Y en ellas aparece un Aznar con ademanes chulescos,
jaleado por bodegueros de su cuerda, convertido en un fulano
que incita al incumplimiento de las leyes dispuestas por la
Dirección General de Tráfico.
El presidente de Honor del PP y de FAES -colega de Bush
y a las órdenes de Murdock-, con el dedo índice
levantado y con la voz turbada por la cata, afirmaba con
soberbia y engreimiento:
-No me gusta que me digan que no puedo beber vino ni ir a
tanta velocidad.
Luego rechazó el mensaje de la DGT: “No podemos conducir por
ti”. Y, a renglón seguido, afirmó:
“Yo siempre pienso, y quién te ha dicho a ti que quiero que
conduzcas por mí”. Y, para más inri, añadió que los
ciudadanos saben cuántas copas de vino pueden beber sin
poner en riesgo a los demás.
Semejantes afirmaciones, cuando han muerto en las carreteras
más de 4.000 personas el año pasado, y en gran medida por
exceso de alcohol, nos ha permitido conocer mucho más a este
Aznar. En primer lugar, nos ha hecho ver con claridad
meridiana que el vino, aunque sea hecho en bodegas
prestigiosas, lo convierte en un charlatán malaje. Incluso
podría acusársele de malasombra. En Córdoba, un poner, sería
tenido por un faltusco. En segundo lugar, bien harían desde
la calle Génova en llamarle la atención. Ya que con sus
declaraciones parece que lo que intenta es poner a
Mariano Rajoy entre las cuerdas. Algo sumamente difícil,
por la jindama que le tienen. Aviado está Rajoy con Aznar:
sobre todo cuando bebe y larga
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