Sanear la fuente de la vida,
pienso que es un asunto de corazón. Y creo que nos hace
falta poner a buen recaudo el universo de los latidos. El
conocimiento puede advertirnos sobre aquello que conviene
evitarse; pero sólo la fortaleza del mundo que ha tomado el
corazón como valor, puede hacer el sueño realidad. Alguien
dijo que el espíritu mueve montañas, y es cierto, las
batallas del corazón jamás derraman sangre, porque hacer el
corazón es nacer a la poesía. O sea, a las bondades de la
templanza y a la autenticidad de la vida. De siempre el
equilibrio mental, el juicio recto, el valor moral, la
audacia y resistencia, ha sido un poema irrepetible. Por el
contrario, los excesos siempre nos han pasado factura. Con
razón los definió Quevedo como el veneno de la razón;
envenenan y envilecen las más saludables atmósferas. A mi
juicio, en vista de lo visto, esta sociedad a la que le
apasiona moverse en la frontera de los desenfrenos,
creciente en atropellos y decrecida en sentido común, me
parece que debería tomar otro rostro y otros rastros más
humanos. Por encima de cualquier diferencia de lengua,
nacionalidad o cultura, campea un aparente bienestar
socioeconómico dominador (y dominante), que nos deprime más
que nos sacia, y la evidencia de muchas soledades dolorosas.
Quizás todo esto, sea fruto de un corazón de piedra en un
corazón humano. Yo me niego a tomar esa fruta del árbol que
no siente. Me declaro en rebeldía.
Si queremos que las nuevas generaciones puedan sentirse
satisfechas de compartir una identidad cultural de familia
europea, que no existe porque en realidad nos falta espíritu
europeísta, o sea un mismo corazón en un corazón compartido,
donde la territorialidad nos importe un bledo y los
intereses queden aparcados, hay que comenzar por otorgarle a
todo ser humano la dignidad que se merece. Lo noticiable no
radica en que más de la mitad de los extranjeros que llegan
a la Unión Europea opten por España, aunque refleje un buen
signo de acogida y se nos llene el corazón de júbilo, sino
en analizar los motivos de estos crecientes flujos
migratorios. Seguramente si le prestásemos verdadera ayuda
en sus países de origen, que desde luego pasa por un
desarrollo integral, no necesitarían buscarse la vida en
otros mundos y las migraciones dejarían de ser un problema
social de nuestro tiempo. Juntos, un corazón en otro
corazón, podemos construir un mundo en todo el mundo; con un
corazón de piedra sólo podemos levantar muros que nos tapien
nuestras vergüenzas.
En cualquier caso, pienso que detestar la estupidez y
desactivar amenazas, pasa por dejarnos escuchar y entender
lo que nos dicta el órgano que no se ve, pero que se siente
y nos acompaña, desde el primer verso de vida hasta la
última estrofa que recitamos. No es un mal desatino tratar
de mirar y ver con el lenguaje del corazón. Estoy seguro que
cambiarían muchas cosas. Para empezar, haríamos menos
exigencias de poder y más donaciones de servicio. Algo es
todo; como todo ha de ser el espíritu que nos mueve. Mal se
estremece una piedra. No puede comprender a los demás,
porque no siente ni su propio pulso.
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