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OPINIÓN - JUEVES, 3 DE MAYO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Luis Jaramillo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me entero de lo tuyo, Luis, cuando está a punto de celebrarse un acto político en el hotel Tryp. Me lo cuenta Quico Martel, con la pesadumbre dolorosa por tu pérdida. Y la noticia me trae a la memoria aquellos tiempos tan lejanos de la euforia futbolística, cuando ambos estábamos sometidos a la presión de los aficionados. Eran los principios de los años ochenta.

Llegaste a mí, un día del verano de la temporada 82-83, conducido por Eduardo Ayala. Querías hacer la pretemporada con el equipo y venías a solicitar mi permiso. Llevabas ya cuatro o cinco temporadas como árbitro de Primera División, y no había en ti el menor asomo de engreimiento. Exudabas llaneza y ello te procuraba la amistad de cuantos tuvimos la suerte de conocerte.

Jamás, durante mis años de entrenador, le había permitido a nadie que compartiese vestuario conmigo, pero no dudé en acceder contigo. La razón era bien sencilla: antes de que Ayala nos presentara ya sabía yo de ti y de cómo te comportabas en ciertas situaciones.

Verás, Luis, la temporada 81-82, y siendo entrenador del Portuense, tuve problemas en el Alfonso Murube con Pino Casado, árbitro que tú conocías muy bien. En el descanso, bajaste a los vestuarios y tras conversar conmigo lo justo, fuiste capaz de calmar también a un compañero que parecía haber perdido el rumbo. De manera que el segundo tiempo transcurrió con normalidad. Aquella actuación tuya, unos meses antes de arribar yo a Ceuta, sirvió para que muy pronto hiciéramos buenas migas.

Nuestras buenas relaciones nos permitían charlar antes de comenzar los entrenamientos. Esa confianza mutua nos ayudaba a sincerarnos y hasta desembocaba en los lógicos desahogos de quienes rumiábamos los problemas y los sinsabores proporcionados por las derrotas, aciertos en nuestro cometidos o desaciertos. Que de todo tuvimos aquel año. Incluso recuerdo cómo nos dábamos los ánimos consiguientes.

Tú comprendías, perfectamente, cuando yo me quejaba de la falta de medios que tenía la Agrupación Deportiva Ceuta. No acababa yo de asimilar que uno de los equipos históricos de aquella Segunda División B, careciera de recinto donde entrenarse. Máxime cuando el césped del Murube esta resembrado y se prohibía pisarlo. Y allá que nos íbamos, tú el primero, dispuestos a dejarnos la piel en el José Benoliel. Donde caerse y estar al momento como un eccehomo era una realidad incuestionable. Tampoco te arrugabas a la hora de hacer carrera continua por caminos de Benzú o sudar de lo lindo por veredas del monte Hacho. Siempre dando ánimos a los futbolistas más remisos a someterse a lo que era trabajar en condiciones detestables.

A mí me agradaba muchísimo oírte decir qué partido ibas a dirigir esa semana y de qué manera tenías que afrontar las dificultades que el ambiente o ciertos jugadores te podían causar. Unas veces hacías de árbitro en el partido de los jueves y en otras te apuntabas a jugar. Por cierto, que te defendías, eh, Luis. Y ese saber jugar te permitía conocer los secretos del juego.

Dada nuestra amistad, cada vez que arbitrabas me tenías con el oído presto deseando conocer cómo habías salido del lance. Aunque bien es cierto que no existía mejor crítica que la tuya cuando me contabas lo sucedido cuarenta y ocho horas después. Un día, por causa que aún ignoro, nos fuimos distanciando. Hasta el punto de que dejé de saber de ti. Lo cual no hizo mella en el afecto que te tenía. Porque tú eras, Luis, un hombre bueno y cabal. Un tipo formidable. Y, desde luego, estuviste siete años en Primera División. Conviene recordarlo. Y a pesar de hecho tan relevante, amigo, nunca te dio por sacar pecho.
 

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