Los montes están desarbolados y,
en su lugar, han crecido castillos de cemento, enjambres
adosados que le han declarado la guerra a lo verde. Sin
miramientos, la acción del hombre, se ha cargado los
ancestrales bosques –verdaderos monumentos a la vida-, hasta
el punto de que, en la actualidad, son casi una especie a
extinguir aquellos paraísos verdorosos que, en otro tiempo,
fueron curativos mantos de esperanza; los espesos y pomposos
montes cubiertos de matorral de origen natural como
resultado de las poéticas vibraciones ecológicas de las
estaciones de la vida.
A mi juicio, considero que los montes son de todos y, por
ende, a todos nos incumbe su protección. No es
responsabilidad de un pueblo, de una comunidad o de un
Estado. En este sentido, creo que la Unión Europea debería
tomar buena nota de este foro que apuesta por una política
forestal internacional y, hacer lo propio, mediante activas
políticas forestales comunes. Bien es sabido que la unión
hace la fuerza. La contaminación, por ejemplo, es un
producto del progreso global, que requiere soluciones
globalizadas con urgencia, puesto que es la mayor amenaza
para la futura supervivencia de nuestras masas forestales.
Convendría que nos preguntásemos, antes de que sea demasiado
tarde, ¿cuándo se van a cumplir los distintos acuerdos
internacionales sobre reducción de emisión de contaminantes?
La decisión de los países europeos de reducir sus emisiones
en un 20 por ciento para el año 2020, en caso de que no
pueda ser antes, debe ser de obligado cumplimiento. La
situación no es para menos.
Desde luego, si queremos legar bosques en buen estado, el
destierro de los agentes contaminantes ha de ser algo tan
real como la vida misma. En la naturaleza, por desgracia,
además proliferan los obreros de mal gusto en puestos de
ejecución. Resultado: desorganización total, desorden en
ordenación y planificación, restauraciones forestales que no
siguen una planificación con criterios ecológicos… Todos
estos despropósitos, y otros más, aparte de las
incertidumbres que suelen generar, confieso que me producen
un intenso pesimismo; un dolor grande de pensar que los
bosques nos muestran sus brazos caídos, mientras el ser
humano mira para otro lado como si no fuera con él esta
historia. Si el futuro ya es algo común para la especie
humana, la naturaleza es el espacio colectivo de presencias
y presentes. Nos conviene, pues, conjuntar y conjugar
acciones estéticas, antes de que nos abandone el verso, y
pasemos todos a ser pasado de un orbe lleno de cenizas.
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