Después de quince primaveras de
hablar mucho con muchos, de negociar sin temor a negociar,
se ha producido el acercamiento. Nunca es tarde si la dicha
es buena, que lo es en este caso. La globalizada familia
humana, en voz de unos entusiastas representantes reunidos
en la Oficina Central de Naciones Unidas, ha hecho valer su
valor a la vida, abonando aire puro sin que nadie del globo
se libre de este gravamen solidario, para la protección de
los bosques del mundo. La historia con final feliz fue
alcanzada, cuando del sueño se pasó a la realidad, después
de que los delegados reunidos en el Foro sobre Bosques de
las Naciones Unidas trabajasen a destajo con las
herramientas de la mente y el corazón.
Esa conjunción de buenas disposiciones, de concordar y
consensuar latidos con ideas, me parece que es una buena
manera de levantar el espíritu a nobles aspiraciones. Tanto
es así, que es la primera vez que los Estados han llegado a
un acuerdo a nivel internacional para la gestión forestal
sostenible. Cunda el ejemplo, pues, y que sea esta estela
poética, antorcha del pensamiento a cultivar y manantial del
amor a cultivarse ¿Les parece? Hágase el examen de
conciencia cada cual con cada suyo.
El portavoz del foro, Hans Hoogeveen, dio vivas al pacto,
quizás pensando en lo que en su día dijo el escritor ruso
Tolstoi, por si acaso todavía hay quien cruza el bosque y
sólo ve leña para el fuego.
Lo describió, con más razón que un santo, como un logro de
logros, “un logro excepcional” y dijo que introduce “un
capítulo nuevo” en la dirección forestal. Ciertamente, hoy
por hoy, tenemos sólo un planeta para compartir, lo que
supone la responsabilidad humana de que debemos asegurar,
para las generaciones venideras, su salud y mantenimiento.
Puestos a poner de moda, yo abriría en cada pueblo, en medio
del prado, la escuela de las flores de Gloria Fuertes,
adonde van las flores y las abejas, amapolas y lirios,
violetas pequeñas, campanillas azules, que, con el aire,
suenan. Lo de entonar trinos siempre enternece. Que se lo
digan a mayo florido y hermoso. O a los árboles del huerto
machadiano, donde todavía es posible ver adormecerse a las
negras encinas al son de una fuente de piedra. Sin duda, al
pie del árbol brotan zumos, tan necesarios para vivir como
vitales para amar.
Siendo tan necesaria la arboleda, y volviendo los ojos a
nuestro propio ámbito, pienso que la sociedad española ha
tenido poca consideración con los bosques. Las ciudades y
los pueblos se han transformado hasta el extremo de no
llegar a respetar ni las superficies protegidas.
El ladrillo le ha ganado la batalla a los árboles. La falta
de cuidado, dejadez y abandono, en la mayor parte de
nuestros montes es bien palpable. Los principios de
desarrollo sostenible, la multifuncionalidad de los montes,
las estrategias y programas, se han quedado prendidas en el
árbol de lo que pudo haber sido y no fue.
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