Esto de guardar las distancias,
para mostrar las diferencias, parece que se ha puesto de
moda. Ya lo refrendó, en su tiempo, el poeta chileno Pablo
Neruda, con el sabio verso: “Para que nada nos separe que
nada nos una”. Pues ni lo uno ni lo otro, en el equilibro
-como en casi todo- está la virtud.
Tampoco es saludable para la vida que perdamos el calor
humano, ni que caigamos en la tentación de comernos a besos
y de abrazarnos tan alocadamente que acabemos asfixiados. Lo
cruel es que parece perfilarse un modelo de sociedad en la
que dominan los poderosos, marginando e incluso eliminando a
los débiles.
A estos nadie quiere unirse. Así, desde luego, no se pueden
acortar las distancias del corazón y mucho menos favorecer
la recíproca comprensión del respeto mutuo.
Para que nada nos separe que nada nos una, algo parecido
deben pensar algunos dirigentes que concurren a la formación
y manifestación de la voluntad popular, que, en algunas
ocasiones, llegan a poner en entredicho hasta la reglas del
juego democrático con tal de ganar posiciones de poder.
Hay cosas que han de unirnos, por pura convivencia. Después
nos separarán formas, pero habrá que poner estilos
civilizados. Hay lenguajes, por ejemplo: los de sentido
común y orden natural, que han de vincularnos.
En consecuencia, creo que la vida es para vivirla cerca unos
de otros, que no anexados a un pensamiento único y, aún
peor, sin libertad de movimiento y acción. Si el progreso de
la tecnología ha tenido como resultado una mejor calidad de
los transportes y nuevos medios de comunicación social que
nos han acortado las distancias y han permitido que se
entremezclen los valores culturales, las costumbres y las
tradiciones, no es de recibo dar la espalda al vínculo
humano como familia, puesto que es tanto como decir dejar de
ser humanos.
Considero también que debieran fraternizarnos acciones
solidarias, mientras vivan en el mundo personas que carecen
del mínimo vital para desarrollarse y llevar una vida
verdaderamente humana.
Creo que el consuelo debiera ser de obligado cumplimiento,
ante todo, por parte de las personas y de los pueblos que
viven en la prosperidad. Estimo que es posible, incluso
necesario, introducir razones de conexión en base a
principios y exigencias éticas que han de guiar nuestros
pasos.
La unidad natural que propicia la paz en la familia humana
requiere proximidad, sobre todo con vidas que sufren
discriminaciones y miserias injustas. Sin lugar a dudas, el
aislamiento no conduce a nada bueno, y si algo alienta, es
el que el hombre explota al hombre. Ha perdido todos los
sentimientos.
Estimo que cuánto más nos dividimos y separamos, más difícil
será que cesen crispaciones y gobierne la concordia.
La máxima del Presidente español, José Luís Rodríguez
Zapatero, reprochando al partido de la oposición sus
mentiras sobre el Ejecutivo, instando a los candidatos
socialistas a hacer una campaña electoral mirando al futuro
y a responder “a cada insulto con una propuesta, a cada
descalificación con una idea y a cada exageración con una
sonrisa”; podría ser una buena apuesta, ciertamente
necesaria para el momento, si los fundamentos activan
reconciliaciones y extienden los beneficios del progreso a
todas las gentes y pueblos; si los hechos abren boca a la
unidad de todos los españoles, si las palabras tienden a
hacer verdadera justicia igualitaria… Me parece sensato lo
de estimular la mente con ideas, pero luego debemos hacer
algo con ellas, que no se queden como floreros en meros
dichos. Sonreír está bien, pero también hay sonrisas que
empalagan y otras hasta matan. Risas con pan siempre saben
mejor.
En todo caso, es voz popular que las ideas mueven el mundo,
pero sólo si antes se han transformado en estremecimientos.
Ya lo advirtió Jacinto Benavente que “no hay nada que
desespere tanto como ver mal interpretados nuestros
sentimientos”. Sólo buenas disposiciones universalistas,
temples y sensibilidades, pueden unirnos. El partidista
interés jamás puede fraguar uniones duraderas. Sería, pues,
una buena opción, ya que ha instado el Presidente a fomentar
las ideas, poner todos los recursos de la mente, la ciencia
y la cultura al servicio del sosiego y de la construcción de
una nueva sociedad, menos separada y más unida, una sociedad
que triunfe en la eliminación de las causas de las
confrontaciones sanguinarias, dedicándose generosamente al
progreso total de cada individuo y de toda la humanidad.
Es justo reconocer que los individuos y las sociedades están
siempre expuestos a las pasiones de la codicia y el odio;
pero, hasta donde nos sea posible, y quienes son instrumento
fundamental para la participación política debieran tenerlo
como prioridad en sus programas, la de corregir situaciones
y estructuras sociales que causan la injusticia y los
conflictos. Al fin y al cabo, para que nada nos distancie se
precisa un mundo y no hace falta irse al tercero, en el de
la abundancia también se da este desespero, quizás no de
tantos abrazos ni de tantas risotadas, más de extender la
mano al que nos la pide para salir del desconsolado pozo en
el que vive, por destierro o porque no ha conocido otro. En
suma, que todos nos merecemos una oportunidad para salir del
infierno, algo que nos separa hoy en día ante el fuerte
caudal de desigualdades y que, como agua de mayo, se precisa
converger para estrechar la mirada del afecto y, por ende,
que espigue el pétalo de la paz.
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