En condiciones de normalidad el
sistema democrático occidental es sin duda, como advertía
Churchill, “la menos mala de las formas de gobierno”. Pero
bajo situaciones de crisis, pues depende. Para mí está antes
el derecho a la vida y a la subsistencia en condiciones de
dignidad, a fuer de que me tachen de “facha” cuando,
curiosamente, estoy haciendo tan solo un planteamiento
impecablemente dialéctico. Pero hay izquierdosos tan listos
ellos que lo saben todo, cuando ni siquiera le han echado
una ojeada a la Marta Harnecker. Por lo demás y como
escribía Spengler en “La decadencia de Occidente” (que me
permito sugerir al lector), “la civilización será al final
salvada por un puñado de soldados”.
Me importa una higa nadar contra corriente (se ejercita el
músculo) y creo, sinceramente, que la vida política del
interregno parlamentario que gozamos tiene ya los días
contados. Tan solo la superioridad militar de la que
gozamos, por el momento, permite a Occidente mantener los
estándares de calidad de vida por todos conocidos. Pero, ¿es
posible mantener esta situación?. Y si así fuera, ¿bajo qué
parámetros?. Porque, a lo largo de la historia, es una
constante en el devenir agónico de los grandes imperios la
fractura interna. Su derrota suele ser fruto, más de
contradicciones y debilidades en su seno, que de presiones
exteriores. En todo caso siempre hay un ciclo de
ascensión-estabilización-caída.
La paz y la libertad, nobles valores, son puras entelequias.
La inmensa equivocación actual del Occidente europeo es
pensar, pánfila e ingenuamente, que la paz existe por sí
misma y para poseer bien tan preciado basta solo con
declararlo. ¡Qué error, qué craso error!. La paz se
conquista, se merece y su mantenimiento hay que ganarlo día
a día. Sin complejos; sin cobardías.
¿Hacia dónde caminamos?; ¿a dónde nos quieren llevar?. En el
circo mediático que se acaba de inaugurar, demagogos de todo
tipo pugnarán por llevarse al huerto a un electorado cada
vez más desencantado. Y ahí tendríamos ya la primera línea
de fractura interna: en España y desde la agonía del general
Franco en su cama (porque el franquismo no fue derrotado, se
acabó por simple consunción mortuoria), nunca se había
llegado a un desencuentro mediático tan grande entre los
votantes y la clase política del peculiar sistema del que
¿disfrutamos?. Porque en 1975 enterramos la dictatocracia
para embarcarnos, ilusionados, en la partitocracia, pero sin
alcanzar desde entonces… la democracia. Para ello hacen
falta dos reformas de calado en nuestro sistema político:
una ley de financiación de partidos (porque la corrupción
urbanística es, ahora, la forma no reconocida) y la
posibilidad de listas abiertas, que acabe de una vez por
todas con las oligarquías que controlan, enquistadas, el
aparato de los partidos políticos. Lo demás son necedades y
brindis al sol.
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