Un Consejo Pontificio nos pone en
alerta, porque esto de la educación puede que todavía sea
una distinción de clases, algo que venimos arrastrando desde
Confucio, advirtiendo sobre el eficaz valor de la
instrucción, a la que consideran un factor saludable para la
paz y, en consecuencia, apuestan porque debe ser algo que ha
de ser tomado por todos los sectores de la sociedad, quizás
pensando en cosechar respiraciones más virtuosas que las del
momento actual. En vista de lo visto, cristianos y budistas
convienen educar a las comunidades a vivir en armonía.
Desafío que es de agradecer cuando el volante de la
maquinaria social le importa un bledo todo aquello que no
sea productividad y productivo. El tanto tienes, tanto
vales; o el tanto produces, tanto me interesas, se ha
convertido en moneda que abre todas las puertas por muy
animal que sea la bestia.
Estoy de acuerdo de que la educación, más que cualquier otro
recurso de origen humano, es el gran igualador de las
sociedades. Desde luego, para convivir se precisan otros
talentos menos altaneros, puesto que todos hemos de aprender
de todos, también de sus creencias para superar prejuicios e
incomprensiones. Ciertamente, la educación es un asunto de
capital importancia, sin embargo tengo mis dudas que así se
considere, puesto que sería entonces más fácil consensuar
los valores a transmitir. De hecho, sostengo mis reservas
sobre las generaciones que ahora están madurando, si ven
reforzado con los actuales planes de estudio, esencias de
vida como puede ser el respeto, la acogida, la justicia, la
igualdad…; porque no sólo ha de ser transmitir conocimiento,
hay que también preservar valores sociales conciliadores.
A mi juicio, educar no es dar carrera para vivir bien, sino
templar el alma para convivir mejor. Y para este tipo de
educación, que es a la que todos debemos aspirar para
nuestros hijos y para nosotros mismos, no puede existir la
distinción de clases, que todavía prolifera, en la medida
que el sistema de becas aún actualmente es deficitario y no
cubre en su totalidad el gasto para que se garantice la
verdadera igualdad de oportunidades. Por otra parte, para
dar un futuro a las nuevas generaciones, es fundamental que
la educación se entienda como algo integrador e integral y
se extienda a todos los ciudadanos. Si de lo que se trata es
de formar seres aptos para convivir con la diversidad, de
gobernarse a sí mismos, hay que proporcionar una educación
participativa lejos de todo partidismo.
Las barreras educativas no tienen sentido. Un pueblo culto
siempre avanza. Pues hay discriminaciones mal que nos pese.
Hay distinción de clases porque la calidad de la educación
no es la misma en unos centros que en otros. Hay distinción
de clases porque tampoco se garantiza una igualdad efectiva
de oportunidades, a veces faltan esos apoyos necesarios para
realizar master universitarios que capacitan para la
realización profesional. Hay distinción de clases porque en
muchas comunidades falta una intervención educativa
compensatoria para aquellos estudiantes que viven en
condiciones socioeconómicas desfavorables. En educación, a
mi manera de ver, hay muchas deudas sociales y pocos
haberes, a pesar del caudal de legislaciones que cada
gobierno aviva. En todo caso, podemos tener las mejores
normas, pero si luego no se libra presupuesto para llevar a
cabo la aplicación de la ley de bien poco sirve.
Además, por si fuera poco el descontento y el descontrol,
resulta aborrecible esa avaricia competitiva que tienen los
que creyendo que saben algo, no procuran la transmisión de
esos conocimientos con menor costo. Y lo que aún es más vil,
que la educación superior, que exige especialización de
cursos de todo tipo, sumamente gravosos, sea una formación
para cierta élite a la que no pueden acceder jóvenes en
condiciones económicas precarias. Son asignaturas pendientes
de ayer y de hoy, de todos los gobiernos españoles,
esperemos que no lo sean de mañana. Una vela por la
educación sin distingos ni distinciones.
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