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OPINIÓN - JUEVES, 26 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

Buenas prácticas para la mejora
de la convivencia escolar (yII)

 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Los resultados son tremendos, los autores del manual así lo participan relatando los sentimientos que, entre otros, experimenta la víctima: “Pierde su autoestima y se considera un ser inservible e inútil. Se siente culpable de los ataques permanentes que recibe. Se muestra inseguro ante sí mismo y ante los demás. Muchas veces cae en una profunda depresión. Siente una angustia permanente por el mal que lo acecha y que no puede controlar. Empieza a tener bajo rendimiento en sus estudios. Cuando ya son mayores, suelen elegir a algún agresor de pareja sentimental, por todos los complejos e inseguridades generadas durante el acoso a que fue sometido durante tanto tiempo”.

Los autores del manual sobre el acoso, Juan Ignacio y Juan Santaella, proponen la distinción entre el grupo de compañeros que integran la clase, que suelen inhibirse ante los ataques, llegando a prevalecer la máxima de “sálvese el que pueda” y el grupo de “amigos” que apoyan al agresor cuando actúa en plan matón. Al respecto de estos últimos, dicen: “Estos grupos cerrados, cobijadores de violentos, suelen terminar ejerciendo la violencia de forma colectiva, y por tanto han de ser desenmascarados, condenados y perseguidos en la escuela. Es altamente preocupante la enorme influencia que los grupos cerrados y carentes de moral pueden ejercer sobre sus integrantes, pues llegan a controlar las actitudes, los pensamientos, las acciones y las conductas de cada uno, y actúan como jueces implacables si alguno o alguna de sus miembros se sale de las normas que el propio grupo se da. El conocer en qué grupo se integra el hijo o el alumno o con quién se reúne en los momentos de ocio, es esencial para reeducar la conducta de muchos adolescentes”.

A veces me pregunto: ¿Cómo podrá convivir lobo con cordero? Estimo que, como bien apunta el manual, la prevención debe ser algo prioritario para frenar conductas violentas. Sin caer en el alarmismo, como tampoco lo hacen estos autores, ratifico su propuesta: “Para eliminar la violencia hay que educar que, consiste en enseñar a los niños y a los jóvenes a vivir, a respetar a todas las personas sean de la condición y de la mentalidad que sean y a tomar decisiones por sí mismos pues no siempre van a tener a sus padres, a sus profesores o a un policía junto a ellos. En la educación no sólo hemos de fomentar el conocimiento, lo cual es muy importante; sino que también hemos de propiciar el desarrollo de la inteligencia emocional y social, es decir, la que nos permite, en el primer caso, controlar y dirigir nuestras emociones y sentimientos, y cultivar una relación placentera y constructiva con las demás personas, en el segundo caso”.

Es cierto que la inteligencia se desarrolla mejor en ambientes inteligentes y en un colegio armónico –como apuntan los autores del citado manual-; en consecuencia, pienso que no está demás que en los programas se tengan en cuenta tiempos de ocio y espacios para la convivencia de todos los miembros de la comunidad educativa. Los conflictos que, a veces, suceden como causa natural de nuestra manera de ser, deben ser transformados en experiencia educativa. Las tutorías, escuelas de padres, encuentros propiciados a todos los niveles (grupal, personalizada y con familias), sin duda constituyen un elemento fundamental para la promoción y mejora del clima escolar. Desde luego, pienso que contamos con un profesorado formadísimo para adaptarse a las nuevas situaciones y superar con éxito las dificultades. Sólo falta que nos impliquemos con ellos y no restemos autoridad a quien nos puede ayudar a encauzar una vida con soluciones adecuadas.
 

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