Los resultados son tremendos, los
autores del manual así lo participan relatando los
sentimientos que, entre otros, experimenta la víctima:
“Pierde su autoestima y se considera un ser inservible e
inútil. Se siente culpable de los ataques permanentes que
recibe. Se muestra inseguro ante sí mismo y ante los demás.
Muchas veces cae en una profunda depresión. Siente una
angustia permanente por el mal que lo acecha y que no puede
controlar. Empieza a tener bajo rendimiento en sus estudios.
Cuando ya son mayores, suelen elegir a algún agresor de
pareja sentimental, por todos los complejos e inseguridades
generadas durante el acoso a que fue sometido durante tanto
tiempo”.
Los autores del manual sobre el acoso, Juan Ignacio y Juan
Santaella, proponen la distinción entre el grupo de
compañeros que integran la clase, que suelen inhibirse ante
los ataques, llegando a prevalecer la máxima de “sálvese el
que pueda” y el grupo de “amigos” que apoyan al agresor
cuando actúa en plan matón. Al respecto de estos últimos,
dicen: “Estos grupos cerrados, cobijadores de violentos,
suelen terminar ejerciendo la violencia de forma colectiva,
y por tanto han de ser desenmascarados, condenados y
perseguidos en la escuela. Es altamente preocupante la
enorme influencia que los grupos cerrados y carentes de
moral pueden ejercer sobre sus integrantes, pues llegan a
controlar las actitudes, los pensamientos, las acciones y
las conductas de cada uno, y actúan como jueces implacables
si alguno o alguna de sus miembros se sale de las normas que
el propio grupo se da. El conocer en qué grupo se integra el
hijo o el alumno o con quién se reúne en los momentos de
ocio, es esencial para reeducar la conducta de muchos
adolescentes”.
A veces me pregunto: ¿Cómo podrá convivir lobo con cordero?
Estimo que, como bien apunta el manual, la prevención debe
ser algo prioritario para frenar conductas violentas. Sin
caer en el alarmismo, como tampoco lo hacen estos autores,
ratifico su propuesta: “Para eliminar la violencia hay que
educar que, consiste en enseñar a los niños y a los jóvenes
a vivir, a respetar a todas las personas sean de la
condición y de la mentalidad que sean y a tomar decisiones
por sí mismos pues no siempre van a tener a sus padres, a
sus profesores o a un policía junto a ellos. En la educación
no sólo hemos de fomentar el conocimiento, lo cual es muy
importante; sino que también hemos de propiciar el
desarrollo de la inteligencia emocional y social, es decir,
la que nos permite, en el primer caso, controlar y dirigir
nuestras emociones y sentimientos, y cultivar una relación
placentera y constructiva con las demás personas, en el
segundo caso”.
Es cierto que la inteligencia se desarrolla mejor en
ambientes inteligentes y en un colegio armónico –como
apuntan los autores del citado manual-; en consecuencia,
pienso que no está demás que en los programas se tengan en
cuenta tiempos de ocio y espacios para la convivencia de
todos los miembros de la comunidad educativa. Los conflictos
que, a veces, suceden como causa natural de nuestra manera
de ser, deben ser transformados en experiencia educativa.
Las tutorías, escuelas de padres, encuentros propiciados a
todos los niveles (grupal, personalizada y con familias),
sin duda constituyen un elemento fundamental para la
promoción y mejora del clima escolar. Desde luego, pienso
que contamos con un profesorado formadísimo para adaptarse a
las nuevas situaciones y superar con éxito las dificultades.
Sólo falta que nos impliquemos con ellos y no restemos
autoridad a quien nos puede ayudar a encauzar una vida con
soluciones adecuadas.
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