Cuando salga esta columna estaré
ya a punto de echarme abajo de la cama para para garbear por
las calles del pueblo donde me nacieron. El Puerto de Santa
María se dispone a dedicarle su Feria de la Primavera y del
Vino Fino a Ceuta; ese otro pueblo que consiguió convencerme
muy pronto para que me quedara en él hasta el fin de mis
días.
Si cierro los ojos soy capaz de evocar la primera feria de
ganado a la cual iba yo con la edad en la boca siguiendo las
huellas de una niña a la que tirarle los tejos primerizos,
en pleno campo. Porque la feria de día era campestre y, por
tanto, se celebraba en las afueras de la ciudad. O sea,
caminando hacia Jerez hasta desembocar en unos terrenos que
llamaban El Palmar.
Todo era entonces muy rural. Pero ya se enviaban carteles,
anunciadores de la fiesta, a todos los pueblos de la blanca
Andalucía. Y la gente acudía más bien al reclamo de los
festejos taurinos, celebrados en una plaza a la que
Joselito distinguió con frase para la historia: “Quien
no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es una tarde
de toros”.
Mis primeros pasodobles los bailé yo en la Feria de la
Victoria. Una velada situada en el parque del mismo nombre.
Porque conviene decir que el baile por sevillanas no había
hecho todavía furor en la Bahía gaditana. Corría, eso sí, el
vino fino. Que adquiere su gran dimensión en las bodegas
portuenses.
Quede Jerez, pues, con su oloroso y Sanlúcar con su
manzanilla; pero no me discutan cómo el microclima portuense
influye decisivamente en la crianza de un vino de color
pajizo o dorado, con aroma tan punzante como delicado. Seco
y ligero al paladar. Y que servido frío entra tan suave que
uno tiene que hacer malabares para no someterse a sus
caprichos.
De aquellas ferias del Puerto, la diurna y la nocturna, de
años donde ambas servían para hacernos olvidar durante unos
días los enormes problemas de la época, me quedó la visión
de alguien que ya alternaba con poderío de hombre de bien. Y
cuyo nombre jamás se me caerá de la boca: Guillermo
Valero. ¿Cuánto habrías dado tú, querido amigo, por
estar presente estos días en ese convivir de dos ciudades
que han decido celebrar por todo lo alto la afinidad que las
une. Pero más hemos perdido nosotros. Lo digo, Guillermo,
porque yo pude vivir contigo la Feria instalada en Crevillet;
una noche sabatina, de éxito deportivo para mí y que tú
supiste, junto a Tomás Terry, encauzar por
derroteros de alegría. Tampoco lo pasamos mal en el recinto
de las Banderas...
Luego, comenzaste tú a hablarme de una tierra en la cual te
sentías como en la nuestra y yo te escuchaba con la atención
que siempre procuré prestarle a cuanto tenías a bien
decirme. Que si Ceuta por aquí, que si Ceuta por allá; que
si mañana me voy a pasar una semana con mis amigos
caballas... Y ello me lo repetías, Guillermo, cada dos por
tres, mientras Pepe Jiménez Bigote te miraba
fijamente y Pepe Romero nos obsequiaba con
bocas de la isla, para bebernos el delicioso fino Maruja que
tú representabas como nadie.
Un día, de varios años después, te dije que había firmado
contrato como entrenador de la Agrupación Deportiva Ceuta. Y
lo celebraste por todo lo alto. Me diste nombres de
amistades tuyas, me contaste la forma de vida de los
ceutíes, y, mientras te fue posible, nunca dejaste de
visitarme. También pudimos compartir horas de ocio en las
fiestas dedicadas a la Virgen de África. ¡Cómo olvidar las
cenas en los jardines del Hotel La Muralla antes de
encaminar nuestros pasos hacia el Real de la Feria! Todo
ello me hubiera gustado recordarlo, ahora, en nuestra
tierra; junto a tus amigos ceutíes y disfrutando de la Feria
de El Puerto de Santa María. La Feria de nuestro pueblo.
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