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OPINIÓN - JUEVES, 26 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Feria en El Puerto
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando salga esta columna estaré ya a punto de echarme abajo de la cama para para garbear por las calles del pueblo donde me nacieron. El Puerto de Santa María se dispone a dedicarle su Feria de la Primavera y del Vino Fino a Ceuta; ese otro pueblo que consiguió convencerme muy pronto para que me quedara en él hasta el fin de mis días.

Si cierro los ojos soy capaz de evocar la primera feria de ganado a la cual iba yo con la edad en la boca siguiendo las huellas de una niña a la que tirarle los tejos primerizos, en pleno campo. Porque la feria de día era campestre y, por tanto, se celebraba en las afueras de la ciudad. O sea, caminando hacia Jerez hasta desembocar en unos terrenos que llamaban El Palmar.

Todo era entonces muy rural. Pero ya se enviaban carteles, anunciadores de la fiesta, a todos los pueblos de la blanca Andalucía. Y la gente acudía más bien al reclamo de los festejos taurinos, celebrados en una plaza a la que Joselito distinguió con frase para la historia: “Quien no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es una tarde de toros”.

Mis primeros pasodobles los bailé yo en la Feria de la Victoria. Una velada situada en el parque del mismo nombre. Porque conviene decir que el baile por sevillanas no había hecho todavía furor en la Bahía gaditana. Corría, eso sí, el vino fino. Que adquiere su gran dimensión en las bodegas portuenses.

Quede Jerez, pues, con su oloroso y Sanlúcar con su manzanilla; pero no me discutan cómo el microclima portuense influye decisivamente en la crianza de un vino de color pajizo o dorado, con aroma tan punzante como delicado. Seco y ligero al paladar. Y que servido frío entra tan suave que uno tiene que hacer malabares para no someterse a sus caprichos.

De aquellas ferias del Puerto, la diurna y la nocturna, de años donde ambas servían para hacernos olvidar durante unos días los enormes problemas de la época, me quedó la visión de alguien que ya alternaba con poderío de hombre de bien. Y cuyo nombre jamás se me caerá de la boca: Guillermo Valero. ¿Cuánto habrías dado tú, querido amigo, por estar presente estos días en ese convivir de dos ciudades que han decido celebrar por todo lo alto la afinidad que las une. Pero más hemos perdido nosotros. Lo digo, Guillermo, porque yo pude vivir contigo la Feria instalada en Crevillet; una noche sabatina, de éxito deportivo para mí y que tú supiste, junto a Tomás Terry, encauzar por derroteros de alegría. Tampoco lo pasamos mal en el recinto de las Banderas...

Luego, comenzaste tú a hablarme de una tierra en la cual te sentías como en la nuestra y yo te escuchaba con la atención que siempre procuré prestarle a cuanto tenías a bien decirme. Que si Ceuta por aquí, que si Ceuta por allá; que si mañana me voy a pasar una semana con mis amigos caballas... Y ello me lo repetías, Guillermo, cada dos por tres, mientras Pepe Jiménez Bigote te miraba fijamente y Pepe Romero nos obsequiaba con bocas de la isla, para bebernos el delicioso fino Maruja que tú representabas como nadie.

Un día, de varios años después, te dije que había firmado contrato como entrenador de la Agrupación Deportiva Ceuta. Y lo celebraste por todo lo alto. Me diste nombres de amistades tuyas, me contaste la forma de vida de los ceutíes, y, mientras te fue posible, nunca dejaste de visitarme. También pudimos compartir horas de ocio en las fiestas dedicadas a la Virgen de África. ¡Cómo olvidar las cenas en los jardines del Hotel La Muralla antes de encaminar nuestros pasos hacia el Real de la Feria! Todo ello me hubiera gustado recordarlo, ahora, en nuestra tierra; junto a tus amigos ceutíes y disfrutando de la Feria de El Puerto de Santa María. La Feria de nuestro pueblo.
 

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