Ser de centro en política es tener
una tendencia intermedia entre la derecha y la izquierda.
Una persona del centro, en suma, es la que se sitúa a la
derecha de la izquierda y a la izquierda de la derecha. Y se
le supone, por tanto, que la moderación le hace huir
despavorida de las decisiones radicales.
Quienes piensan así, seguro que están pasando por momentos
difíciles en una España donde cada día se debate de forma
extremosa y tajante. Parece que está prohibido acercarse lo
más mínimo a algo que recibe el nombre de término medio. Y
lo peor de todo, según vengo observando, es que si uno se
declara centrista se expone a ser mirado de reojo y
catalogado de mala manera. Para empezar, como especie de
aperitivo de algún insulto mayor, te dirán que eres un
maricomplejines. Palabro no sé si registrado por el brazo
armado de los empresarios de la Cope, pero sí lanzado a las
ondas cada día por él. El maricomplejines parece una especie
de eufemismo que bien puede descifrarse como maricón
acomplejado. Y que maldita la gracia que le hará al hombre
que le disputará las elecciones a José Luis Rodríguez
Zapatero cuando se lo dicen para instarlo a que pierda
su habitual equilibrio y se adentre por los senderos de las
exageraciones.
Los centristas tienen muy mal cartel entre el personal
perteneciente a la derecha acérrima. Es decir, de cuantos
forman parte de la cofradía cuyo hermano mayor, actualmente,
es Federico Jiménez Losantos. Para éstos, los
centristas son personas de una derecha que viven preocupadas
por el qué dirán de ellas y que se sienten avergonzadas de
sus ideas. Y, desde luego, dicen tener muy claro que tales
moderados, de salón, gustan de la manera de actuar de
Alberto Ruiz-Gallardón. El cual, por su forma de
proceder, es vilipendiado, cada día, por la Cope y tildado
de quintacolumnista al servicio de una izquierda que a su
vez está conchabada con los nacionalismos.
¿Con qué fin?...: ellos dicen que con el de arrinconar a la
media España de una derecha que está viendo la falta de
respeto que socialistas y nacionalistas tienen por las
leyes. Y, naturalmente, los acusan de hacerse tirabuzones
con la Constitución.
Con tales denuncias, esa derecha se carga de razones y nos
recuerda que un día, cuando se les nublen las ideas, saldrán
a por todas. Es decir, que la reacción será furibunda y la
violencia volverá a ser temible. Y recuerdan que ya ocurrió
algo así en los años 20 y 30 del siglo pasado. Por obra y
gracia de un mal gobierno republicano, que propició el drama
de unos españoles que decidieron matarse entre ellos.
No me negarán ustedes que el patio está que arde. Y también
estarán conmigo en la mucha necesidad que hay de que cada
día vayan aumentando los españoles que declaren estar
situados a la derecha de la izquierda y a la izquierda de la
derecha. Aunque corran el riesgo de ser tenidos por
ciudadanos inferiores. Por maricomplejines avergonzados de
salir del armario de una derecha que viene amenazando el
imponer por las bravas de qué manera han de regirse los
destinos de su España.
De no dar ese paso las personas moderadas, mucho me temo que
a pesar de que pertenecemos a la Unión Europea, pueda llegar
un día donde los pistoleros de ambos extremos pasen a la
acción y consigan dar vida a un nuevo daguerrotipo ominoso y
trágico.
Queda un año para que las elecciones generales logren poner
a cada partido en su sitio. Si bien se puede asegurar que el
ganador será el que consiga llevarse al huerto a la mayoría
moderada. A los centristas, vamos.
Esperemos, pues, que a partir de entonces, sea cual fuere el
triunfador, ardan los demonios en su propio infierno. Y
podamos hacer acopio de algún sosiego.
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