La populosa ciudad amanecía,
anteayer domingo, tranquila y distendida. Por el paseo de la
“Corniche”, al lado del mar, la gente iba y venía
disfrutando de una mañana primaveral, con las terrazas
atestadas de gente. Las calles y avenidas de la ciudad para
nada translucían el agobio homicida de hace días pero, como
todos confesaban, “la procesión va por dentro”. La realidad,
admitida a regañadientes, es que el Reino de Marruecos se
siente atacado desde dentro, especulándose con la porosidad
de las fronteras subsaharianas que permiten, fácilmente, la
infiltración de células terroristas. La tempestad ha
amainado, pero parece que las bajas presiones se mantendrán
largo tiempo. Aunque escampe el mal tiempo sigue presente y,
lo peor, aun está por llegar.
Uno de los paseos que más disfruto en Casablanca es el de la
larga avenida “Moulay Youssef” (escribámoslo de forma
afrancesada), que partiendo del centro de la ciudad alcanza
la costa a la altura de la majestuosa mezquita que,
hendiendo el Atlántico, fue levantada por Hassán II. Sus
cuidados jardines, flanqueados por estilizadas palmeras,
ponen un punto de belleza y frescor en el recorrido.
Precisamente en el mismo se encuentra el Consulado y centro
cultural americano, así como una escuela francesa de
educación primaria. Naturalmente no quedaba rastro material
alguno del frustrado atentado terrorista, aun cuando el
presente e inmediato futuro podía percibirse en las medidas
de seguridad adoptadas en las inmediaciones: varios cuerpos
policiales, desde la policía a las Fuerzas Auxiliares,
prestaban vigilancia en las instalaciones, que aparecían con
su perímetro acotado por una interminable sucesión de vallas
metálicas que dificultaban el acceso. Todas las precauciones
son pocas.
La vuelta hasta Tetuán fue un paseo, al menos hasta el cruce
de Larache, pues desde allí a la ciudad del Dersa el
trayecto se enrevesa, tanto que si no fuera por las obras de
Oued R´mel me permitiría sugerirle a los lectores que
tuvieran oportuno hacer el viaje a Casablanca desde Ceuta,
subir antes a Tánger: desde allí y por la autopista el viaje
es un paseo. También se ha acortado la distancia desde
Marraquech a Casablanca, cuyo tramo se hace ahora volado:
“Se puede ir y venir muy bien en el día”, me señalan. Podría
contarles bastantes cosas más del crecimiento diacrónico de
Marruecos, nuestro vecino del sur, que seguramente
sorprendería a bastantes ceutíes. Porque, créanme, cuanto
antes se quiten la interesada mirada de y desde El Tarajal,
mejor. Para todos. Y sobre todo, amigos, no se engañen a sí
mismos.
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