Los viernes suprimo yo hasta la
siesta. Pues me los paso pegado al ordenador para rematar el
trabajo del fin de semana. Así que casi nunca voy a ningún
acto programado en tales días. De ahí que no pudiera estar
en la presentación de la candidata socialista, a la
presidencia de la Asamblea de Ceuta, María Antonia Palomo,
celebrado el Parador “La Muralla”.
Una candidata que lleva dedicados 20 años al socialismo
ceutí. Se afilió a él cuando aún sonaban las trompetas de la
victoria y parecía imposible que Felipe González dejara de
ser el más grande. Sin embargo, en la sede de la calle de
Daoíz se percibían ya claramente los descorazonantes
crujidos de la carcoma. Estaba ya muy avanzada la enfermedad
irreversible de las envidias y las zancadillas; de los
deseos irrefrenables de quienes buscaban el poder a
cualquier precio; del medrar de muchos y de la ambición
desmedida por obtener dinero, de otros tantos.
El lugar, otrora centro de ilusiones, se fue convirtiendo en
escenario de trifulcas y éstas acabaron en batallas campales
que propiciaron divisiones entre personajes que aún se
siguen odiando bajo el sol africano.
Principiaban los años 90 y el socialismo ceutí estaba ya
condenado a una crisis que venía de mucho más atrás; de
cuando se hicieron socialistas, en bastantes casos, quienes
buscaban huir de un pasado franquista que creían poder
exorcizar militando en el partido del puño y la rosa.
Nadie quería ser etiquetado de derecha en aquellos tiempos.
Y los socialistas ofrecían una oportunidad pintiparada no
sólo para cambiar de imagen sino que también les era posible
a sus militantes más avispados obtener puestos de poco
trabajo y muy bien remunerados. Canonjías que hacían las
delicias de los afortunados y causaban trastornos biliares
entre cuantos no se comían una rosca.
En tal ambiente, con deserciones, enfrentamientos entre
dirigentes, y plenos donde la policía local intervenía a
cada paso, el descrédito de aquellos políticos era cada vez
mayor, ante la mirada atenta de una joven que aspiraba a ser
secretaria general de su partido. Aquella joven consiguió su
propósito y trata ahora de que los ceutíes miren adelante
con ella. Que es una forma de pedirles el voto para
convertirse en presidenta del Gobierno de su pueblo.
María Antonia Palomo es consciente de que la tarea es
complicada. Pero ella, mujer que ha vivido intensamente los
años en que su partido ha estado dando tumbos por la ladera
del abismo, no se arredra. Y está jugándose con gallardía y
una voluntad incuestionable, tal vez su última oportunidad
como candidata a unas elecciones autonómicas.
A mí, miren ustedes, me merece mucho respeto esta mujer:
activa, emprendedora, inaccesible al desaliento, y sobre
todo con un enorme sentido del humor y siempre tratando de
darle regates a los prejuicios.
Me he reído, porque sé de qué manera dice esas cosas la
señora Palomo, con la broma que ha hecho sobre su canalillo
de sugerencias. Ese canalillo que es santo y seña de una
mujer exuberante en todo. Incluso en la ayuda a quienes
acuden a ella solicitando remedio a sus necesidades.
Reírse de sí mismo es algo que todos deberíamos hacer en
ocasiones. Es un ejercicio conveniente y muy saludable para
quienes nos pasamos toda la vida oyendo augurios tenebrosos
y asistiendo a desastres que nos conmueven.
Señora Palomo, sin ningún asomo de frivolidad, permítame
decirle que el ironizar sobre su canalillo ha sido genial.
Ha estado usted, sin duda, en mujer de rompe y rasga.
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