Los que utilizan la doble moral,
la simulación y el disimulo, juegan en todos los campos. Por
aquello de que son los partidos políticos los que concurren
a la formación y manifestación de la voluntad popular, tal y
como está el patio ciudadano de revuelto, se me ocurre que
debieran infundirnos una sólida esperanza, y un nuevo
dinamismo para dar renovado impulso a una sociedad donde
reine la laboriosidad, la honestidad y el espíritu de
participación a todos los niveles.
Eso sí, le diría a la clase política que huya de hacernos
juramentos que rompan al día siguiente. O de seguir
metiéndonos más miedo en el cuerpo. Ya todos nos vemos
envueltos en llamas. Ahora se nos dice que Europa podrá
liderar todas las luchas contra el cambio climático y que el
gobierno español podrá aprobar leyes de responsabilidad
medioambiental, pues háganlo con fundamento y eficacia, pero
no atizándonos pánico.
Pues servidor también les alerta. Sepan que los gobiernos
hipócritas desgastan el fervor demócrata. A veces se aprende
más con acciones sinceras que con normas. Antes el ejemplo,
después pongamos la regla y el modo de ejecutarla.
Convendría, y nadie en esto queda a salvo, esforzarnos en no
contradecirnos. En bastantes ocasiones vivimos en la
perseverante contrariedad. Se ha puesto de moda apelar a la
tolerancia y luego resulta que hacemos un uso continuo de la
tarjeta roja en el diálogo, en vez de poner oído, escuchar y
debatir, para consensuar posturas y mejorar convivencias.
Más vale un minuto de vida franca y sincera que cien años de
hipocresía, lo dijo Ganivet y no le faltó razón. La
prudencia puede ser regla y medida para no negarse luego. La
rectitud habitual de pensamientos cuando es norma de
conducta para con el prójimo, es la mejor lealtad. Para
tomar fortaleza, la constancia en la búsqueda del bien,
ampara y protege. De siempre la moderación fue buena
compañera de viaje para todo, suele asegurarnos el dominio
de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en
los límites de la honestidad. Ojo con las pasiones que se
presentan bajo el disfraz violento, juegan al ataque y al
contraataque. Algunos políticos parecen haber caído en este
toreo de rudas embestidas. La nobleza del lenguaje no va con
ellos. Se olvidan que cada cual es hijo de sus obras y que
el tiempo pone a cada cual en su sitio.
Es cierto que la democracia es diálogo, muy distinto a lo
que predican la legión de hipócritas, puesto que se exige
claridad en la exposición de los problemas y razones
consensuadas en su resolución. Olvídense de las urnas, de
sus partidos, -en el caso de los políticos-y participen sin
doblez al pueblo que el progreso ha de llegar también a los
marginados que dormitan en los extrarradios de las inhumanas
ciudades. Y la ciudadanía, –aquí entramos todos-, practique
más entre sí la amistad, no tendría que judicializarse tanto
la vida.
Que los jueces no son dioses. Tampoco pretendo que se
elimine la hipocresía de raíz, aunque confieso que sí me
gustaría, pero que tampoco sea moneda de curso legal. En
todo caso, cuiden sus divisas de franqueza que al final
verán como se revalorizan, por lo menos en el cantar de los
poetas.
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