Familia, escuela y medios de
comunicación presentaron sus propuestas para luchar contra
el consumo de drogas en nuestro país. De entrada, considero
el entorno apropiado para reeducar en valores y fomentar
cambios de actitudes. Otra cuestión, y ahí radicará el
efecto, es que se camine en una misma dirección, ya no de
propuestas, sino de acciones. Creo que tenemos necesidad de
una sabiduría humanizadora para recuperar conciencias
diluidas.
Esto no es fácil conseguirlo. La familia no marcha bien y la
acción educativa es un auténtico caos. Bajo esta realidad,
difícilmente pueden los padres formar a sus hijos en los
valores esenciales de la vida y, también, lo tendrán
complicado los docentes a la hora de impartir sus
enseñanzas. El grupo dedicado a la “Familia” propone adaptar
los programas de prevención a los nuevos modelos familiares,
en función de sus distintos niveles de riesgo, y a las
distintas etnias, así como potenciar la figura del mediador
cultural. Por su parte, el grupo de “Juventud” aboga por
implantar programas de prevención selectiva dirigida a
menores de edad que, por sus peculiaridades, conforman un
grupo de alto riesgo. También proponen cambiar el término
“ocio alternativo” por “ocio prioritario” para definir el
ocio libre de drogas. En la misma línea, el grupo de “Medios
de Comunicación” ha aprobado un código de buenas prácticas
para directivos, productores y guionistas de series de
televisión de ficción y entretenimiento.
Ciertamente, el problema de las drogas es un problema social
que está ahí, agravado por el continuo aumento a las
adicciones, por parte de jóvenes cada vez más niños,
afectando a todos los sectores sociales de la población.
Esto, por desgracia, no debiera sorprendernos, puesto que se
ha venido quitando importancia al uso de algunas drogas,
minimizando sus peligros y haciendo la vista larga a un
fenómeno que es un mal particularmente grave, gravísimo. A
los hechos me remito. Se dispara el número de jóvenes y
adultos que han muerto o van a morir por causa de ella,
mientras que otros se hallan disminuidos en su ser íntimo y
en sus capacidades. El incremento del mercado y del consumo
de drogas lo único que hace es demostrar que vivimos en un
mundo alocado, sin esperanza alguna, con familias cada día
más desestructuradas, con escuelas que enseñan como pueden,
pero que no educan, porque los educadores han perdido toda
autoridad.
El desquicio es tan acusado que los mismos jóvenes (y
mayores) han perdido discernimiento y para ellos todos los
comportamientos son equivalentes, pues no llegan a
distinguir el bien del mal y no tienen el sentido de los
límites morales. Cuando se pierden todos los escrúpulos de
poco sirve apostar por la ética en la comunicación social,
puesto que no sólo concierne a lo que aparece en las
pantallas de cine y de televisión, en las transmisiones
radiofónicas, en las páginas impresas o en Internet, sino
que implica muchos otros aspectos como puede ser nuestra
aceptación o rechazo al programa de turno o al medio. Sin
duda alguna, la lucha contra el azote de la toxicomanía es
tarea de todos los seres humanos, cada uno de acuerdo con la
responsabilidad que le corresponde. Lo fructífero será ahora
pasar de lo sugerido a la situación, de la propuesta a los
hechos. Es importante que los padres, que son los primeros
responsables de sus hijos, y con ellos toda la comunidad
adulta, se preocupen constantemente por la educación de la
juventud.
Está visto que los jóvenes que tienen una personalidad
estructurada, una sólida formación humana y moral, y viven
relaciones armoniosas y confiadas con los compañeros de su
edad y con los adultos, son más fuertes para resistir a las
tentaciones de quienes difunden la droga. En todo caso,
actuar de manera concertada, familia-escuela-medios de
comunicación, estimo que es fundamental, tanto para la
rehabilitación como para la labor de prevención. Hay que
poner sobre el tapete de la vida los efectos perniciosos de
la droga en los aspectos somático, intelectual, psicológico,
social y moral. Y decir, ¡basta! de engaños.
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