He dejado pasar unos días para
escribir sobre lo que hizo un árbitro con el Madrid en
Santander. Opinar antes, tras lo visto en El Sardinero,
habría permitido que la ira me mostrara con los papeles
perdidos. Y hubiera sido absurdo, a estas alturas de mi
vida, haberme dejado llevar por ese sentimiento de violencia
que suele surgir cuando la injusticia luce en todo su
esplendor. Y, mucho menos, por un partido de fútbol.
Turienzo Álvarez es un árbitro nacido en Baracaldo y
residente en León. A cuyo colegio pertenece. De él se dice
que respira barcelonismo por todos los poros de su cuerpo. Y
que el hombre sueña con ir a la Fuente de Canaletas para
celebrar un año más el título con su equipo del alma. El
forofismo de Turienzo Álvarez es harto conocido en todos los
estamentos del fútbol. Como también es de dominio público
que Sánchez Arminio siente una aversión enfermiza
hacia el Real Madrid.
De manera que si juntamos el forofismo del árbitro con el
odio de su jefe, el cántabro Sánchez Arminio, y a ambos con
el sometimiento de Ángel María Villar a Laporta,
por ayudarle a ser reelegido presidente, ya hay tres
individuos dispuestos a cometer desatinos contra los
madridistas.
Pero hay más: Ramón Calderón es pieza codiciada por
los buscadores de recompensas. Ni siquiera le vale ser más
culto que Florentino Pérez ni tener planta de senador
nacido en Boston. Y mira que siempre se ha dicho que ambas
cosas son fundamentales para vestir un cargo con más
importancia que ser ministro.
Y si ir contra el presidente ha sido una máxima desde los
primeros momentos, por parte de quienes con más poder y
dinero que él desean defenestrarlo, qué decir de la saña con
que una mayoría de periodistas se está empleando con
Fabio Capello. A quien, al margen de sus fallos
tácticos, lo están breando en todos los sentidos.
Fabio Capello ha cometido errores que no le van a perdonar
nunca. Ni aun ganando la Liga. De hecho los hay largando por
la radio y escribiendo en los papeles y en internet, que
prefieren un descalabro a ver al Madrid Campeón. Y hasta se
jactan de decir que todo antes de que el italiano consiga
salirse con la suya. Los errores de Capello no se perdonan
actualmente en España. El primero, y del cual apenas se
acuerda ya nadie, excepto los interesados, es haber hablado
de Franco sin insultos. El segundo fue decir, una y
otra vez, que Iker Casilla es un portero
normal y nunca ese héroe que tratan de convertir en mito. A
partir de ahí no le han dado ni un solo momento de respiro.
Lo tratan como a un apestado. Una situación insostenible
incluso para un entrenador tan experto y acostumbrado a
vivir trances difíciles en la alta competición.
En medio de tal ambiente de factores negativos, propiciados
desde todos los ángulos, parecía imposible que el equipo
pudiera, si ganaba en El Sardinero, situarse por delante del
Barsa y de un Sevilla consagrado ya como un grande de
Europa. Fue entonces cuando los enemigos del Madrid tocaron
a rebato para frenar de raíz lo que tenía todas las trazas
de ser un milagro que empezaba a llenar de ilusiones a
quienes pertenecemos a la cofradía merengona. Mas en
nuestros cálculos no entraba, que Turienzo Álvarez, aun con
su pésimo historial, hiciera lo que hizo en veinte minutos
diabólicos al servicio de los malignos.
Y , por si no hubiera bastante con tantas adversidades,
ahora sale Alfredo Di Stéfano con una observación
chocante, falta de ingenio y molesta a todas luces: “El
Santander jugó mejor y no hay que achacarle nada al
árbitro”. Como verán ustedes, hasta el más grande parece
empeñado en cebarse con los suyos. Es lo que le faltaba al
pobre Madrid.
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