Llevo unos fechas reinando sobre
la veracidad de una noticia que leí en un periódico
malagueño la semana pasada. Algo que me pareció mitad y
mitad absolutamente pragmático y radicalmente triste. Los
titulares rezaban que, el pasado año, 141.000 andaluces
habían abandonado Andalucía para buscarse la vida y ganarse
las habichuelas en otras latitudes. La mayoría en Cataluña,
aunque se desparramaban por todas las comunidades autónomas,
ante lo imperioso de declinar la primera persona del
indicativo del verbo “comer”.
El andaluz es eminentemente práctico, por más que se
desgarre el alma cuando tienes que abandonar tu tierra y
buscarte los avíos para el puchero tirando hacia el norte.
Que maldita la gracia que hace el renunciar a tu habla, tu
clima, tus costumbres y tus salmorejos, por más que, el
emigrante que llega a Barcelona, ya no lo haga con una
maleta de cartón y una bolsa de naranjas, amén de una tripa
de chorizo de la última matanza en el pueblo. Estamos en
España y estamos en Europa y el trabajador tiene que
presentar el rasgo de la movilidad geográfica, porque, los
ciudadanos no encajan el chupeteo del asistencialismo de los
profesionales del “no hay trabajo” que suelen ser más firmes
candidatos a vivir de subsidios, puntos de los hijos, ayudas
familiares y asistencia social que de ganarse el pan
honradamente con el sudor de su frente desplazándose a
trabajar allá donde se requieran sus servicios.
Para ese tema en concreto de los profesionales de los
subsidios, nuestro Gobierno ha de tomar nota y ser un
reflejo de los puntos concretos del programa electoral del
candidato Sarkozy, que viene a reflejar la inquietud y la
indignación de los contribuyentes ante la realidad de miles
de individuos que ganan más con los subsidios que
trabajando, convirtiéndose así en gandules profesionales y
rémoras sociales. Las políticas asistencialistas han de ser,
según todos los politólogos occidentales, respuestas
extremas ante situaciones desesperadas y de difícil
solución. Pero la obligación última de los políticos no es
“regalar dinero” ni meterle el pescado en la boca a la gente
y menos aún cuando se trata de hombres o mujeres
perfectamente sanos que, si no están cualificados ni
capacitados para desarrollar determinadas profesiones, si
pueden perfectamente trabajar en sectores como servicios,
construcción o agricultura, donde la demanda de mano de obra
es abrumadora en toda España y, si tienen interés en ello y
tienen vergüenza y afán de superación, aprovechar su ocio en
realizar cursos de formación profesional, que los hay de
todos los niveles y para todas las capacitaciones. De hecho,
siempre pongo como ejemplo a las magníficas mujeres
marroquíes que acuden como temporeras a recoger la fresa,
ocho horas bajo el sol y después acuden en bloque a cursos
de higiene, de salud, laborales, pese a no entender el
idioma y tener que contar con la ayuda de un intérprete. A
esas jornaleras nadie les va a ir a llevar al trabajo, ni a
su pueblo, ni a la puerta de su casa y tienen la inmensa
dignidad de embarcarse hacia lo desconocido para ganar
honradamente el pan. ¿Políticas de empleo? Por supuesto,
emplear a los parados en cualquier punto de la geografía
española o europea donde se pidan trabajadores y obligarles
a aceptar el empleo porque, vivir de ayudas, subsidios y
limosnas envilece al hombre y a la mujer, cuando están sanos
y son capaces de ganarse el sustento con el sudor de su
frente. Es denigrante, desde la perspectiva política,
utilizar la falta de trabajo en una localidad para perorar
sobre “creación de empleo” cuando puede que, en esa
localidad no haya posibilidad ni de vivir de la agricultura,
la construcción, los servicios ni la empresa, por saturación
del mercado laboral y porque, la localidad no da para montar
polígonos industriales ni explotaciones avícolas o
ganaderas. Empleo hay en España y en Europa, el reto es
tener la claridad de ideas de concienciar al personal de
que, aunque resulte incómodo hay que ir a buscarlo fuera.
141.000 andaluces. Los cutíes emigran mucho también?
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